os fenómenos meteorológicos extremos como olas de calor, incendios e inundaciones son cada vez más habituales y virulentos, que se multiplican como consecuencia del calentamiento global. Así lo ha dejado patente la Organización Mundial de Meteorología (OMM), en un informe reciente que detalla cómo la crisis climática ha quintuplicado el número de episodios catastróficos y ha incrementado siete veces más los costes económicos generados, con un impacto diario medio de 202 millones de dólares en todo el mundo.

Este mismo verano se han dejado ver las evidencias del informe con un mapa mundial plagado de incendios, inundaciones y récords de temperaturas en algunas de las regiones más gélidas del planeta. Aunque la OMM asegura que los avances en prevención e información ciudadana han conseguido reducir el número de muertes asociadas a emergencias climáticas, las pérdidas humanas siguen siendo dramáticas. El ejemplo de la ola de calor que azotó a finales de junio a Canadá y algunas regiones del noroeste de EEUU es esclarecedor: cerca de 50 grados de máximas que dejaron más de 200 muertes prematuras.

La tendencia de veranos cada vez más tórridos ha dejado más registros preocupantes en Italia, en Turquía... y en la península Ibérica también se registraron valores históricos. Fue en Montoro (Córdoba) donde los termómetros alcanzaron el pasado 15 de agosto un máximo histórico de 47, 4º C, lo que superaba la cifra más alta registrada hasta entonces: 47,3º C en 2017, también en la provincia andaluza, según la información dada por la Agencia Española de Meteorología (Aemet).

A comienzos del mes de agosto, Groenlandia fue víctima del calentamiento global al recogerse en la estación meteorológica de Ittoqqortoormiit 24º C. Las elevadas temperaturas para esta región dejaron momentos poco habituales: por primera vez en 70 años llovía en el pico más alto de la gran isla helada. Las precipitaciones en esta zona son prácticamente improbables ya que la mayor parte del tiempo se registran temperaturas por debajo de los cero grados. Para los expertos, este hecho supone una evidencia más de la emergencia climática.

Por otra parte, el fuego arrasó 160.000 hectáreas en Turquía en tan sólo 12 días. Según los registros del Servicio Europeo de Información de Incendios Forestales, el área que se había reducido a cenizas multiplicaba por cuatro los registros habituales en temporadas de incendios. Cerca de allí, las llamas devoraron la isla griega de Eubea con más de quinientos focos activos que afectaron a más de 50.000 hectáreas.

En el Estado español, el verano también ha estado marcado por las llamas y el humo. Ha sido Ávila la región que más daños ha registrado, con un foco que se inició en el pueblo de Navalacruz y que se fue extendiendo por toda la sierra de Gredos, afectando a más de 22.000 hectáreas. Es el mayor que se ha registrado en el estado durante el periodo estival, que coincidió con una ola de calor que dejó prácticamente a toda la península ibérica con temperaturas extremas. Los vínculos de los incendios con la crisis climática son cada vez más evidentes. Si bien, el número de focos se ha reducido drásticamente en los últimos años -un 34% en el Estado español-, los superincendios -aquellos que afectan a más de 500 hectáreas- han crecido hasta un 12% en lo que va de década.

En mitad del calor llegó la lluvia. La emergencia climática ha evidenciado también sus consecuencias más devastadoras a través de fenómenos pluviales que han desembocado en graves inundaciones en Centroeuropa durante la tercera semana de julio. Según las autoridades belgas y alemanas, las riadas dejaron cerca de 200 muertos. Si bien las fuertes lluvias -vinculadas a los efectos de la crisis climática- fueron determinantes en la evolución de esta catástrofe, el desarrollo urbano fue crucial y magnificó aún más las pérdidas humanas y materiales, pues la mayor parte de los daños se concentraron en llanuras de inundación de ríos donde se habían construido viviendas que fueron arrasadas por las crecidas.

Algo similar ha ocurrido en la primera semana de septiembre en el Estado español. Los efectos de la DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) han dejado numerosas localidades cubiertos por el agua. Los destrozos, sin embargo, han estado condicionados un año más por el modelo urbano existente y las construcciones en cauces de ríos y arroyos. En el caso de Euskadi, en general este verano ha llovido bastante poco y con apenas intensidad, con la excepción de algunas zonas de Álava.

Pero las previsiones a futuro tal y como señalan distintos estudios, apuntan a que irán aumentando. Es lo que llama el proceso de “mediterraneización” del clima en la península, que se traduce en temperaturas cada vez más cálidas y precipitaciones muy intensas de corta duración. En Euskadi deberemos olvidarnos del modelo de precipitación suave y prolongado al que estamos acostumbrados hasta hace un tiempo, y habrá más sequías y tormentas.

Situaciones como las que hemos vivido en diversas comunidades del Estado español como olas de calor, lluvias torrenciales o sequías tienen bastante que ver con el calentamiento en marcha, que no tiene precedentes, es inequívoco y en gran parte irreversible. En esta línea apunta el Sexto Informe del Panel Intergubernamental de Naciones Unidas (IPCC), cuya primera parte se hizo público a primeros de agosto. Aunque también habría que decir que, por ejemplo, en el caso de las inundaciones no es solo el cambio climático el único responsable, ya que nos encontramos con un aumento de la ocupación de espacios inundables y por tanto ante un aumento de bienes expuestos.

Entretanto, está en elaboración el proyecto de ley vasca de Transición Energética y Cambio Climático que se estima que pueda ser aprobada por el Consejo de Gobierno a mediados del próximo mes de noviembre, para que posteriormente inicie su tramitación en el Parlamento.

Una Ley de Cambio Climático en Euskadi es absolutamente fundamental, por varias razones. Entre ellas, conseguir que Euskadi reduzca tanto las emisiones de gases de efecto invernadero, así como la vulnerabilidad a los impactos del cambio climático, es favorecer la transición hacia un modelo neutro en emisiones de gases de efecto invernadero y, al mismo tiempo, transformar el modelo de producción y acceso a los recursos naturales y energéticos.

Ahora bien, en la lucha contra el cambio climático y las políticas de descarbonización deben tener en cuenta cuestiones tan fundamentales como cuánta energía se necesita, cuánta necesitamos para vivir bien y reducir de forma drástica el consumo energético si queremos conseguir los objetivos de reducción de emisiones en cero emisiones en 2050, pero que, tal y como proclaman diversas organizaciones ecologistas, deberían ser más ambiciosos, adelantando las emisiones neutras en carbono para 2040. * Experto en temas ambientales, Premio Nacional de Medio Ambiente y Premio Periodismo Ambiental de Euskadi 2019