fganistán es un país de 32 millones de habitantes localizado entre Turquía, Pakistán, Irán, Tukmenistán, Tayikistán y China. Es una zona estratégica con una población dedicada fundamentalmente a la agricultura y a la ganadería, es una sociedad tribal. Este ha sido un territorio escenario de múltiples invasiones, desde los ingleses a la Unión Soviética. En las décadas finales del siglo pasado, Estados Unidos se dedicó a armar a los llamados mujaidines frente a los soviéticos. Dichos mujaidines son los padres de los actúale talibanes.

Los atentados terroristas contra las Torres Gemelas del 11 de septiembre fueron la causa inmediata de la invasión de la OTAN (que casualidad que fue el mismo día en que el fascista Pinochet con la ayuda de EE.UU. acabó con Salvador Allende y la democracia en Chile). Estos atentados aún tienen muchas vertientes sin aclarar, como por ejemplo la relación de la familia Bin Laden con la oligarquía petrolera de EE.UU. A partir de ese momento se creó una ola anti-islamista en la que se implicó a la Unión Europea y demás aliados occidentales. La guerra empezó intentando convencernos de que era para promover la democracia, para acabar con el terrorismo, con el opio y para salvar a las mujeres de la situación opresora de los talibanes. El resultado después de 20 años ha sido que se impusieron gobiernos de los llamados “señores de la guerra”, corruptos hasta la médula, y que se ha gastado por parte de EE.UU. 2,2 billones de dólares, que muy buena parte han ido a la industria del armamento y a los contratistas militares. Afganistán sigue siendo hoy un país con el 70% de la población bajo el nivel de pobreza, donde las mujeres no han mejorado prácticamente nada, salvo algunas minorías y en las ciudades. El Ejército era un nido de corrupción. Las barbaridades que se han cometido con la población civil son incontables por parte, no solo de los ejércitos regulares, sino también de los ejércitos de contratistas estadounidenses, o sea, de los mercenarios. Se calcula que han muerto más de 40.000 civiles en esta guerra. El país exporta el 80 por ciento de la heroína mundial. Se entiende con estos datos el poco interés de la población en defender la ”democracia” tutelada e impuesta, a pesar de los que nos han contado los gobiernos y la mayor parte de la prensa, y por ello ha caído tan pronto en manos de los talibanes. No porque la gente los quiera, a esos radicales bárbaros y ultras religiosos, sino porque lo que les habían impuesto tampoco lo querían. Por cierto, los talibanes no son muy diferentes de los “amigos” de Occidente y de nuestra monarquía: Arabia Saudí y Emiratos Árabes. También habrá que preguntarse en el caso de España para qué ha servido el coste de nuestra intervención de 4.000 millones de dólares y sobre todo los 102 muertos de nuestro ejército.

Por último destacar las previsiones de la llamada inteligencia de Estados Unidos, a la cual ya le conocíamos por sus “armas de destrucción masiva” en Irak, o por controlar los teléfonos de los dirigentes europeos que se supone son sus amigos. Ahora dictaminó que el gobierno de Afganistán y su ejército preparado por las potencias occidentales aguantarían unos meses. Pero no se dedicó a evacuar a la población civil que había estado ayudando a los invasores, sino que los dejó prácticamente abandonados a su suerte hasta última hora. Nos alegra que se haya podido evacuar el máximo número de personas en los pocos días que se han tenido, pero es evidente que no se puede estar satisfecho con la estrategia llevada que ha dejado allí a multitud de personas.

Hay varias reflexiones sobre la guerra de Afganistán.

Las invasiones de los países suponen no solamente un gran sacrificio en vidas humanas, de familias destrozadas, de heridos, sino también un arrase de las infraestructuras. Y lo más grave, es que esa terrible espiral de violencia sirve para aumentar el beneficio de la industria del armamento y el control de EE.UU. sobre el Oriente Medio, estratégico por su cercanía a Irán o a China. Pero nunca sirven para mejorar las vidas de la ciudadanía. Tenemos ejemplos en los últimos decenio: Siria, Irak o Libia, donde el imperio prefiere países arrasados que no estados fuertes, democráticos y soberanos.

La superioridad moral de Occidente. Cuando oyes hablar a los dirigentes de EE.UU., parece que son el sumun de la democracia y se permiten dar lecciones al resto del mundo. Sin embargo, se trata de un país que ha participado en 201 de los 248 conflictos librados tras la Segunda Guerra Mundial. EE.UU. es el responsable del 41% del gasto militar de todo el mundo. Destina a su ejército un billón de dólares. Mantiene 700 bases militares en cien países. Si a eso le añadimos que se trata de un estado con un carácter fuertemente racista, como vemos continuamente en la televisión, y que han tenido un presidente fascista y que incluso hemos visto un asalto a su Congreso por parte de hordas bárbaras espoleadas por su presidente, o que 40 millones de estadounidenses viven bajo el umbral de la pobreza, no parece que puedan dar lecciones prepotentes a nadie.

En el caso de Europa últimamente oímos en los medios de comunicación a cierto tipo de gente hablar de la superioridad moral de Europa. Habrá que recordar que, además de sus valores que no negamos, también cuenta con una historia de esclavismo, y de guerras coloniales por Italia, España, Francia, o Inglaterra, así como con dos guerras mundiales que supusieron la muerte de millones de personas. Además de que aquí nació el fascismo con sus diversas expresiones en Italia, Alemania y España con el exterminio de judíos, comunistas, gitanos u homosexuales. Fascismo que hoy resurge de nuevo, de forma simultánea a la construcción de vallas en las fronteras europeas para impedir la llegada de migrantes, pagando a terceros países para que hagan el trabajo sucio, a la vez que se recuerda con falso horror el muro de Berlín.

Es hora de que Europa mantenga una política internacional propia, alejada de las políticas intervencionistas de EE.UU. Basada no en crear un ejército como algunas voces empiezan a plantear, sino en una política de paz, de no injerencia en los asuntos internos de otros países. De apuesta por la cooperación internacional para evitar la emigración masiva a la que estamos abocados a consecuencia de los desequilibrios estructurales entre los llamados primer y tercer mundo. Esa política sería la mejor defensa y en la que merecería la pena gastar recursos económicos, no en armas ni en ejércitos. A lo que por supuesto deberíamos sumar la exigencia de acabar con las bases militares extranjeras de Rota y Morón y con las maniobras militares de los ejércitos de la OTAN en el polígono de tiro de las Bardenas.