oy 30 de junio se celebra el 5º centenario de la única batalla campal que hubo durante la Conquista de Navarra (1512-1529) por parte de España y que supuso el punto de inflexión definitivo en el conflicto bélico. Conflicto que acabó con Navarra dividida en dos partes, la actual Comunidad Foral de Navarra bajo el dominio español del emperador Carlos I, y la otra, conocida como Baja Navarra, bajo la corona de Enrique II El Sangüesino, legítimo rey de Navarra, y actualmente parte del Estado francés.

Eventualmente, y al calor de fechas conmemorativas como la que nos referimos, se suelen reproducir dos recurrentes debates; uno, la justificación de posiciones políticas actuales en base a determinadas interpretaciones de la Historia y, dos, por qué no existe un nacionalismo navarro. Del primero entendemos que el debate histórico debe ceñirse a ese campo desde la rigurosidad científica y evitando presentismos que desvirtúen las investigaciones de nuestro pasado. La Historia es la herramienta para entender nuestro presente pero que no debe, en ningún caso, usarse para condicionar nuestro futuro. Por eso Navarra no debe ser independiente porque hace 500 años lo fue, ni tampoco debe ser parte de España porque lleva todo ese tiempo perteneciendo a dicho Estado siguiendo las tesis del famoso sufragio universal de los siglos de Vázquez de Mella.

El futuro de Navarra es una decisión que corresponde a la actual generación tal y como defendía Thomas Jefferson (1743-1826), tercer presidente de EEUU, cuando afirmaba que “podemos considerar a cada generación como a una nación distinta, con un derecho, por la voluntad de la mayoría, a obligarse a sí misma, pero de ninguna manera para obligar a la generación siguiente, tanto más que a los habitantes de otro país”. Simple y llanamente, la tierra pertenece a los vivos. No obstante, nadie debería ponerse en contra de honrar instituciones o hechos del pasado como el desaparecido Reino de Navarra o la batalla de Noain que han forjado nuestra identidad actual. Mucho menos en aquellos que están tan seguros hoy de la españolidad de la Comunidad Foral de Navarra. ¿No?

Como hemos dicho, la decisión de nuestro futuro corresponde a nuestra generación, y ésta tampoco debe ceñirse únicamente a dos opciones. Y no lo debe hacer cuando se trata de una sociedad tan compleja con diferentes sentimientos identitarios si atendemos a aquella famosa encuesta del navarrómetro (hábilmente retratada por César Oroz) que cifraba en un 8,9% el sentimiento únicamente español, un 6,8% el navarro/español, un 20,1% el vasco/navarro, un 5,4% el vasco, y un 45,1% el sentimiento únicamente navarro, y comparamos todos estos datos con los resultados electorales de los últimos años.

Porcentajes aparte, tenemos en la Comunidad Foral de Navarra tres espacios, uno abolicionista, que eliminaría el actual régimen foral quedando nuestra comunidad igual que el resto de las provincias del Estado español. Otro espacio que apostaría por crear un nuevo Estado independiente de España, y finalmente el espacio pactista que a su vez se subdivide en pactismo mayor y menor. El pactismo mayor defiende la reintegración foral plena y por tanto la capacidad de llegar a acuerdos bilaterales con el Estado, previo pacto transversal entre las diferentes identidades de Navarra, y el pactismo menor que defiende el actual ordenamiento jurídico que fue construido a espaldas de una parte de la sociedad navarra y sin haber sido aprobado en referéndum. Aunque sea de perogrullo, nadie es más navarro que nadie en función de su opción política, y por eso no es tan sencillo extrapolar un conflicto España-Navarra con una sociedad navarra tan heterogénea con respecto a su idea de relacionarse con el Estado español.

Por eso creemos que para salir del nudo gordiano identitario en el que vivimos debemos apoyarnos en lo que sí ha perdurado hasta la actualidad, el Fuero entendido como el derecho a darse ley, y que tan bien resumieron los Infanzones de Obanos en su famoso lema “Pro libertate patria, gens libera estate”, que puede ser perfectamente traducido como “Hombres libres en una patria libre”. Esta capacidad política, que definimos como Nafar Herria o Foralidad, ha sido transmitida de generación en generación definiendo un innegable sentimiento de pertenencia a una comunidad y que es inherente en las naciones. Una capacidad que hará que podamos construir las herramientas políticas necesarias para cohesionar nuestra sociedad, estar presente en Europa, y adaptarnos a los cambios que la actual revolución digital está trayendo.

Respecto a la eterna discusión del por qué no existe un nacionalismo navarro, siendo, como es evidente, el que más justificación histórica tendría entre los que hay en la península, tenemos que decir que el nacionalismo navarro como tal sí existe, y existe por la sencilla razón de que es exactamente lo mismo que el nacionalismo vasco. Lo que algunos pretenden hacer colar como “nacionalismo navarro” es un mito historicista inventado por el nacionalismo español para combatir el nacionalismo vasco mediante la vieja máxima “divide y vencerás”.

El nacionalismo navarro originario, como el bizkaitarra, nace en el último tercio del siglo XIX, como todos los nacionalismos por otra parte, pero algo más tardío, como reacción a la abolición de la soberanía foral tras las guerras carlistas. Y esos protonacionalistas buscan sus señas de identidad nacional en lo que es su propia cultura distintiva que no es otra que la vasca (ver placas del Monumento a los Fueros de Pamplona-Iruña), y de ahí el nombre de Euzkadi, el Estado de los vascos, para el conjunto del país, en vez de Navarra como hubiera sido lo lógico desde el punto de vista histórico.

Pasadas dos dictaduras, y tras los últimos 40 años de separación institucional entre Navarra y el resto de los territorios forales, la novedad ahora es el cambio en el nombre del país que ya se atisba que se puede promover desde la izquierda abertzale como ya hizo cuando sustituyó Euskadi por Euskal Herria allá por los años 90. No vamos a entrar a valorar este posible cambio de nombre en el país de los mil nombres sino del peligro de usar nuestra historia como ariete político dentro del debate actual.

Creemos que ese uso alimentará el conflicto identitario dentro de la sociedad navarra y que nos llevaría inevitablemente a un nuevo choque entre los navarros/as de los tres espacios políticos. Sobradas pruebas tenemos en el pasado como para saber a dónde nos lleva ese camino, y por eso y tal y como hemos señalado anteriormente, creemos que debemos emplear aquello que sí perduró, nuestra foralidad, para superarlo. Una foralidad que construya la sociedad navarra del siglo XXI entre todas las identidades, y cuya mejor herramienta, por cierto, es un gobierno con mezcla de todas ellas. Una sociedad, en definitiva, que pueda llegar a acuerdos, en pie de igualdad, con el resto de las sociedades dentro del marco de construcción europea y la revolución digital.