ace seis años escribí un artículo que me publicó el Grupo Noticias que titulé ¿Derecho a decidir su muerte? Lo comenzaba así, algo retocado hoy: Javier Gafo, un jesuita adelantado a su tiempo, era reconocido hace 30 años como un pionero en cuestiones de bioética. Escribió el año 1990 el libro Eutanasia y ayuda al suicidio: mis recuerdos de Ramón Sampedro (Desclée 1999), que ya no encuentro en mi biblioteca. Pero tengo muy presente en la memoria una conversación con él, poco antes de su fallecimiento (el año 2001). Veníamos charlando los dos en mi coche de Bilbao a Donostia. En un momento del viaje, me dijo que, en determinados casos terminales, lo único que diferencia la eutanasia activa de la pasiva estaba en la voluntad del médico o familiar: si aliviar el dolor y el sufrimiento del paciente, o si darle la muerte, aunque fuera para aliviar su dolor. Era una cuestión de intencionalidad propia a la persona, ante un mismo acto. La idea me llevó a un episodio que me relató un amigo próximo: la muerte de su madre.

Su madre falleció joven, como consecuencia de un cáncer, entonces incurable. Los últimos días el doctor que la trataba les dio una medicación para aliviar sus dolores, cada vez más fuertes. Les advirtió que no la suministraran con una frecuencia menor a cada cuatro horas, pues podrían inducir su muerte. Pero, su madre no podía aguantar sus fuertes dolores y decidieron administrar la medicación antes del plazo de las cuatro horas. Y de hecho falleció poco después. Era evidente que la intención de la familia era aliviar su dolor, incluso sabiendo que podían adelantar su fallecimiento, ya irreversible. Conté a mi amigo la conversación con Javier Gafo y se tranquilizó.

Hay muchos episodios de eutanasia más complejos que el arriba reseñado, por ejemplo, en personas relativamente sanas, sin pronostico médico de muerte a corto plazo, pero ya sin ánimo vital, con fuertes padecimientos psíquicos, con una vida en la que solamente sigue siendo vida en su dimensión biológica, y sabiendo que causan un enorme trabajo y padecimiento entre sus familiares y allegados. El ejemplo que todos tenemos en mente, es el ya mentado caso de Ramón Sampedro.

El pasado viernes, 25 de junio, entró en vigor la ley de la eutanasia en España. Una norma controvertida, llamada a marcar un antes y un después en la legislación sobre los cuidados al final de la vida. Muchos piensan que esta ley no ha sido debatida suficientemente. Por ejemplo, Koldo Martinez en el Senado español, sin que prosperara su moción. Sostenía que se había ido demasiado deprisa en su resolución final. El resultado, según el presidente del Comité de Bioética del Estado español, Federico Montalvo, es que “hemos perdido una oportunidad de tener una ley que regule el final de la vida”. En su opinión, la ley “no regula el final de la vida, sino una de las alternativas. Han ido a regular lo concreto y lo excepcional, porque la eutanasia es algo excepcional”. No habrá ‘listas de espera’ ni aglomeraciones. Cierto. No obstante, “esta norma plantea un gran problema sobre qué es la eutanasia y qué no”. La eutanasia, “¿es una decisión principal, una más o la última alternativa cuando todo ha fallado?”, plantea Montalvo, quien sostiene que “en casos muy extremos uno se puede plantear la sedación”, pero “como una última vía”, lo que no se da en esta ley, que “sitúa lo excepcional en normativo”, y “plantea desafíos a médicos y pacientes”.

“La ley tiene una cosa buena: ha situado en cabecera el debate sobre el final de la vida”, apunta Montalvo, quien ve “tres posibles escenarios” de futuro. “Conformarnos con esto; impulsar los paliativos y que salga una nueva ley, o que esta ley las incorpore y regule todo el proceso, no sólo una medida excepcional”. Porque, añade, “se puede morir sin sufrimiento, sin eutanasia. Prácticamente todos los casos se resolverían si hubiera ayuda económica y profesional, que también ha de hablarse de esto”. “Aprovechemos, y aboguemos por la especialidad de Cuidados Paliativos, por una ley general para el final de la vida, y por un buen plan de cuidados”.

Leyendo estas reflexiones de Federico Montalvo (en Religión Digital, 25/06/2021) recuerdo una conversación con el gran bioético y catedrático de Historia de la Medicina Diego Gracia, en la que me decía, hace 15 años, en su paso por Deusto, que apenas había diferencia entre unos buenos cuidados paliativos y la eutanasia. Solo que en el primer caso se intenta ayudar al paciente a vivir sin sufrimiento y en el segundo, se elimina el sufrimiento ayudándole a morir. Pero, en situaciones extremas, no son tan excluyentes como parece, aunque la ley pone el acento en el acto final y no en el proceso.

Los miembros del Grupo de Bioética de UNIJES (Universidades jesuitas de España, en Granada, Bilbao, Barcelona y Madrid) se pronunciaron sobre el proyecto de ley de la eutanasia en febrero de este año 2021.

En su punto 7 señalan que “es necesario dejar las ideologías y acercarse en este tiempo de pandemia a la brutalidad de lo real, a las verdaderas demandas de la realidad de más de dos millones de mayores solos, un veinte por ciento afectados por una depresión, un incremento de los intentos de suicidio, la realidad oculta del maltrato de cerca de 200.000 mayores, unas ayudas a la dependencia que no llegan, unas 80.000 personas al año que mueren sin cuidados paliativos de calidad, unos 30.000 enfermos tetrapléjicos que solicitan al Estado más ayudas, unos 30.000 enfermos de cáncer mayores de 65 años viven solos, etc. Hay un peligro de no atender estos verdaderos problemas”. Y concluyen afirmando que “no es tan fácil morir bien y no se puede reducir a simplemente elegir un modo y un momento. La proposición de ley se aprueba en un momento donde la participación de la ciudadanía está muy limitada por la pandemia y en un contexto de intereses y alianzas políticas más que de escucha de los que más sufren. Abogamos por abrir diálogos serenos en este tema desde la realidad y desde los más vulnerables”. Evidentemente, tampoco les hicieron caso.

Quiero terminar estas líneas recomendando la figura de José Carlos Bermejo y la lectura de sus libros. José Carlos es el director del Centro de Humanización de la salud que llevan los religiosos camilos, donde tratan de aliviar, mediante los cuidados pertinentes, el final de la vida. Es una figura excepcional, como los religiosos camilos que se consagran a esta labor. Le escuché en una mesa redonda online hablar sobre la eutanasia el pasado 8 de abril. Retuve de su intervención estas cuatro ideas. 1ª: Antes del momento de la muerte hay un proceso, y es ese proceso el que hay que atender. 2ª: La muerte no es un derecho. Es un hecho, al que hay que llegar respetando profundamente a la persona. 3ª: Habitualmente, lo primero que piensa una persona que pide la eutanasia es “no quiero sufrir” (el título de un libro de Bermejo de 2019), “no quiero seguir con este sufrimiento” y 4ª: que algunos no aceptarán, la vida no es patrimonio exclusivo de cada uno. También compete, en primer lugar, a los más próximos. Y, añadió, el principio de la bioética no es el de la autonomía, sino el de no hacer daño, aliviar los sufrimientos, cuidar y acompañar a las personas, particularmente a las más vulnerables. La sedación, con resultado de muerte, es la última solución. Limitarse a ella, limitarse a la eutanasia, es deshumanizar la sociedad. No respetar a la persona humana, como tal persona. Ese es el error, por decirlo suave, de la ley aprobada en el Parlamento. ¿Por qué tanta prisa, cuando, además deja muchos puntos pendientes? * Catedrático emérito de Sociología de la Universidad de Deusto