aradójicamente, lo más inteligente que hace la memoria es olvidar, después de convertir lo valioso en experiencia. Y así, despejados de la basura interior, las personas procuran su felicidad y afrontan, más fuertes, su futuro. ¿Por qué tanto empeño en el pasado? Porque se tiene la conciencia culpable de que las cosas se hicieron mal y con su gestión interesada y parcial se trata de elaborar un relato a conveniencia. Por cierto, estoy de acuerdo con Carmen Posadas cuando hace poco escribía: “Antes un relato era una versión subjetiva de algo, ahora es directamente una descarada mentira que nadie se toma la molestia en disimular”. El relato pretende ser Historia, así mayúsculamente, única e indiscutible, en vez de lo que es, la suma de muchas y diversas historias. En esta confusión demencial entre historia recortada y verdad completa se inscribe la creación y puesta en marcha del Memorial de las Víctimas del Terrorismo, recién inaugurado en Vitoria-Gasteiz y que, a la vista de sus contenidos y el perfil de sus gestores, da idea de su misión de procurar una exposición pública tan ventajosa en su subjetividad política como inexacta en su desarrollo de los episodios de la violencia política en Euskadi.

La memoria del drama terrorista aquí y en el Estado español tiene cuatro capas: su idealización, el envenenamiento colectivo, la inmoral respuesta del Estado y la patrimonialización de las víctimas. La primera corresponde a la etapa inicial, de fuerte apoyo social frente a la dictadura. La segunda es la contaminación moral y política de sus efectos, lo que atravesó de parte a parte a las comunidades vasca y española. La tercera se refiere a la descomposición democrática en su réplica ilegal, cuando el Estado se puso a la misma altura que ETA. Y la última, a la deshumanización de las víctimas para situarlas en el escenario electoral, lo que, más levemente, aún persiste. No es mi propósito entrar al detalle de los hechos, sino en lo que ahora se nos cuenta desfiguradamente sobre ETA, la mayor catástrofe moral, política, económica y social ocurrida en Euskadi en toda su historia, cuyos males tardarán en desaparecer una o dos generaciones más.

¿Cómo se puede hacer historia sin contexto? Por su propósito tergiversador y por librar a España -que legitimó el franquismo con la fraudulenta transición, liderada por los herederos del tirano- de sus deudas del pasado. El imperdonable error del Memorial es no situar la realidad de ETA como efecto directo del larga y brutal régimen de Franco, con todas las frustraciones sociales que provocó en las capas que no habían vivido la guerra promovida por el fascismo y que demandaban sus más elementales derechos. La narración del Memorial elude significar que España no ha sido capaz de elaborar una narrativa colectiva y compartida del terror del franquismo. Y sigue pendiente. ¿Dónde está el memorial de la dictadura? Sí, en el Valle de los Caídos.

Y, sin embargo, el Estado español, con esa vergonzante carencia de memoria democrática y un enorme descaro intelectual, ha construido el Memoria de Gasteiz. Así la historia empieza mal y solo puede ir a peor a medida que vamos de sala en sala, de espacio en espacio. Entre carencias y desfiguraciones se pierde el hilo de que los sectores de la juventud vasca que empuñaron las armas respondían a la influencia de las ideologías revolucionarias marxistas-leninistas a la vez que se alejaban de los propósitos nacionales. Está en el relato que los arrepentidos de la violencia terrorista y agitadores de la causa revolucionaria, posteriormente elevados a las élites del sistema, quedaron exculpados del reproche ético por los hechos de entonces. Le faltan al Memorial tantas cosas, nombres y señalamientos de culpa que nos deja perplejos y da que pensar que solo pretende una versión en rústica de la historia en vez de una rememoración plena y digna.

Si el centro memorial fundado y sufragado por el Estado se ocupa de las víctimas del terrorismo, ¿por qué no están todas? ¿Por qué se elude a los damnificados de la brutalidad policial, durante y después de la dictadura? ¿Y el silencio por Mikel Zabalza, torturado y asesinado por la Guardia Civil en 1985? ¿Y dónde está el lugar de los obreros tiroteados por la policía española en la capital alavesa a la salida de una iglesia tras una asamblea? Hay otras muchas ausencias. No, no estamos hablando de unos pocos casos, sino de miles de vidas aniquiladas por la violencia de un Estado que olvida de dónde viene y pasa de puntillas sobre su historia de tiranía, dolor y muerte. Y si la memoria no es de todos, porque se excluye negligentemente a muchos perjudicados, no es de nadie. ¿A quién representa el Memorial despojado de una mínima equidad?

La mayoría del pueblo vasco, que no tuvo ni tiene vínculos con discursos justificativos del terrorismo, ni estuvo alistada en organizaciones y partidos de apoyo a ETA, tiene el derecho y la obligación de señalar estas tergiversaciones. Más grave aún es que el relato oficial tienda a la culpabilización colectiva de Euskadi por la prolongación en el tiempo de la violencia terrorista. Aspiran a impregnar de complicidad el ideario nacionalista. Son las ignominias de este Memorial. Investido por la gracia y la posesión del dogma, uno de los responsables del centro dijo hace poco que “la mayoría de los ciudadanos estaban en contra de ETA, pero no lo demostraron” ¿Y cómo había que demostrarlo, siendo más españoles y votando a fuerzas unionistas, atacando las sedes de la izquierda abertzale, desuniendo amistades y familias, legitimando el GAL? ¿Había que pasar al enfrentamiento social directo como algunos soñaron? El espíritu sacerdotal de ese miembro de la dirección infunde mucho miedo (por su afán de tutela moral de la conciencia civil) y da idea de hasta qué punto se está diseñando allí una historia revisada y legitimadora de los errores del Estado y coherente con los intereses ideológicos de sus principales partidos.

El Memorial de Vitoria-Gasteiz es una entidad pública, a cargo de los presupuestos del Estado y con una dirección ejecutiva que emana del Gobierno español. Es el Ministerio de la Memoria. Si lo comparamos con otros centros europeos de víctimas, no resiste el primer envite. Recuerdo haber visitado en Berlín -ciudad que sintetiza los efectos desgarradores de dos tiranías, el nazismo y el comunismo- el Centro de documentación Topografía del Terror, situado en el mismo lugar que entre 1933 y 1945 ocupó el cuartel general de la Gestapo. Allí acuden cada año más de un millón de visitantes de todo el mundo y su efecto educativo sobre los niños y jóvenes alemanes es indudable. Berlín entero es un memorial de las desgracias de su país y del apoyo dado por la gente a un loco hasta llevar a Alemania a su cuasi destrucción. ¿Dónde está en España un centro homologable sobre el franquismo? ¿No era más necesario, pertinente y anterior que este Memorial? ¿Cuánta gente irá a verlo? Dudo que una exposición tan desnivelada suscite el interés de los ciudadanos vascos.

La composición de su staff es reveladora de la ideología antinacionalista que lo dirige. Bastaría un somero repaso por la hemeroteca y la revisión de algunas tertulias políticas en ETB para constatar el perfil de sus gestores y la promesa de su apañada narrativa. Además, los vínculos con el poder mediático local, igualmente antisoberanistas, señalan la comunidad de intereses partidistas entre unos y otros, unidad de destino. ¿Y todo este caro, pretencioso y descomunal artefacto se ha plantado en el corazón de la CAV para neutralizar la paranoia española de que la izquierda abertzale y la indiferencia de la mayoría nacionalista están ganando la batalla irreal del relato? Es penoso que el Memorial impida a la memoria colectiva hacer su tarea más inteligente: olvidar el dolor y recordar sus causas. * Consultor de comunicación