l coronavirus lo ha sido todo para los medios de comunicación. Hemos desayunado, almorzado, merendado y cenado con informaciones de todo tipo. Unas relevantes. Otras, no tanto, y muchas de granel. Se ha dado voz a científicos, a epidemiólogos, a virólogos. Y también a opinadores de toda calaña que han hablado como si fueran expertos. Expertos en divagar.

Se ha criticado una cosa y su contraria. Se ha pedido prudencia y en paralelo se ha frivolizado con la situación. Nos han colado falsas noticias o fakenews por falta de contraste. Nos han empachado a datos. Datos de garrafón. Sin contextualizar. Sin cotejar. Datos aislados, desagregados de un todo. Como si la mera existencia de guarismos, de porcentajes, fuera, de por sí, hecho informativo relevante. Y lo único que suponía esa práctica era convertir el nahaste-borraste en foco de confusión.

Se han mezclado ámbitos. Lo de aquí y lo de allí ha compartido minutos de informativos, de secuencias televisivas. Sin que nadie supiera si cuando se mencionaba al “gobierno” este correspondía al ubicado en Gasteiz o al que tenía su sede en la Moncloa. Daba lo mismo hablar del hospital de Txagorritxu o de una farmacia de Granollers. Lo importante era ocupar espacio. Sí, la pandemia nos ha pillado a todos a contrapié.

Un fenómeno tan grave, tan distinto, tan insólito, tan desconocido, atropelló a los poderes públicos a la hora inicial de enfrentarse a él (aquí y en Berlín).

Faltaron medios, recursos, certezas. Se improvisó en la respuesta. Y se cayó en contradicciones en esa tendencia permanente de prueba-error ante una amenaza ignota que lo único que provocaba era incertidumbre y duda. La crítica pública fue, inicialmente, justificable, pero después, en muchos casos, un recurso indiscriminado. Había razones para la inquietud, pero también para la calma. Pero en demasiadas ocasiones se aireó la protesta, por injustificable que esta fuera. Y es que los humanos somos especialistas en buscar siempre responsabilidades ajenas, culpables en los demás.

Más tarde, en la medida que se iba conociendo el alcance y las características de la dolencia, las respuestas se fueron ajustando. Y el seguimiento general al comportamiento pandémico tuvo modelos matemáticos y científicos que acercaron a lo predecible la evolución del virus.

Hasta el día de hoy, cuando apenas quince meses después del estallido del contagio masivo se inoculan las vacunas que en tiempo récord se han elaborado y superado todos los procedimientos clínicos. Así, millones de personas hemos sido ya vacunados, en una o dos dosis. Algo, también extraordinario y excepcional. En cuanto la administración del suero se socializa, la enfermedad tiende a remitir y con ella se recuperan las funciones de la vida pasada. Se aproxima la “normalidad”.

Los medios de comunicación, sus profesionales, deberán también interiorizar lo que para su ámbito y responsabilidad ha supuesto este fenómeno. Admitir que su labor informativa de servicio público ha resultado valiosa para el conjunto de la opinión pública. Pero que también ha sufrido notables desenfoques que es preciso corregir. Con humildad.

Ahora que el globo parece deshincharse también toca rebajar, actualizar, la magnitud del espacio dedicado a la pandemia. Cuesta deshacerse del comodín temático que ha servido para casi todo.

Hoy, el pretexto de algunos para seguir llevando el covid a las primeras páginas no es la tasa de mortalidad, o la ocupación de camas hospitalarias. Es la coincidencia del proceso de vacunación con el disfrute de las vacaciones, creando una polémica superficial y poco edificante. Sobre todo cuando se sabe que las dosis de los antídotos patentados poseen plazos determinados para su implementación y que su correcta administración incide en la protección básica de la salud de las personas frente al coronavirus.

Ahí surge el lío. ¿Por qué las administraciones sanitarias no aplazan la inoculación de vacunas para favorecer las vacaciones de la gente? La respuesta, por obvia que parezca, no satisface a algunos, que insisten en contraponer el derecho al ocio de las personas con las recomendaciones profesionales de las autoridades médicas.

Hay que recordar que la vacunación no es un hecho obligatorio, que se trata de un acto voluntario y que como tal, cada persona en su fuero interno y libremente deberá decidir qué es más importante para su vida: la salud o las vacaciones. Así de sencillo y de complicado. Cuestión de prioridades.

¿Por qué no llegan a un acuerdo entre territorios para posibilitar los pinchazos a los turistas desplazados? También fácil de entender: porque la administración de dosis la hace el Estado con criterios de proporcionalidad, de población, de demografía. Dar movilidad geográfica de vacunación supondría -visto lo visto- un descontrol difícil de asumir y fácil de atacar por quienes son expertos en criticar todo.

Cada cual debe responder ante estas premisas desde su libre albedrío y responsabilidad aunque en el debate haya sorprendentes afirmaciones de quienes ven en la acción gubernamental de dar prevalencia al calendario de vacunación frente a las vacaciones un “corazón de cemento” de quienes no tienen “la más mínima sensibilidad hacia los ciudadanos vascos”.

Está claro que la covid, además de afectar al sentido del olfato, entre sus síntomas más leves también provoca la pérdida de la mesura y la ponderación, cuando no la ausencia del sentido común.

Buen reflejo de que, poco a poco, recobramos los impulsos de la rutina prepandémica está en el hecho de que vuelva el fútbol a los titulares periodísticos. Este fin de semana comienza la Eurocopa. Y el circo balompédico lo invadirá todo. Más allá de la polémica en relación al irregular traslado de la sede de Bilbao a Sevilla o de la pintoresca historia de la vacunación de la escuadra española a través de personal de las Fuerzas Armadas (“la roja” es un símbolo de la “unidad nacional” a proteger), las patadas al pelotón volverán a protagonizar los espacios informativos en los próximos días. “Pan y circo” con ribetes patrioteros.

La “normalidad” llega también a la política. En Madrid, se vuelve al ruido y al garrotazo. Indultos por un lado, corrupción y Kitchen por otro y, en medio, otra foto en Colón. Retorno al pasado. A la marmota. Y con el Tribunal Constitucional debatiendo ahora sobre la ilegalidad de las medidas -confinamiento, toques de queda, cierres perimetrales...- adoptadas durante los pasados estados de alarma. Fiat iustitia, ruat caelum. Hágase justicia aunque se caiga el cielo.

En Euskadi, vuelve el diálogo. El acuerdo parlamentario de los socios gobernantes con Elkarrekin Podemos rompe la trayectoria de bloqueo y deja el frente del no reducido a EH Bildu, PP y Vox. Un nuevo escenario en el que se recupera el diálogo y la acción política constructiva se desmarca de quienes viven permanentemente instalados en la pancarta y en el reproche.

Un panorama en el que también comienza a clarificarse la recuperación económica. Con un empleo que repunta. Con proyectos que generan ilusión y esperanza. Y con un sociómetro que certifica la sensación generalizada de que nuestras vidas comienzan a mejorar. Una foto fija prospectiva que indica muchas cosas. Que la gestión de la pandemia no ha erosionado al Gobierno de Urkullu -el político mejor valorado-. O que la gran mayoría se siente satisfecha con la eficacia de la administración y con el sistema democrático en Euskadi. O, que en la medida que la inquietudes ciudadanas priorizan la salud o la calidad de vida, desciende la reivindicación independentista. Nada insólito en un retorno a la realidad paciente y responsable.

Algunos solo se fijarán en los aspectos identitarios e ideológicos de esta encuesta. Pese a que solo sea un dato estadístico, gozarán con el “descenso del sentimiento independentista en Euskadi”. No esperábamos menos de quienes defienden con arrojo el “unionismo” en el País Vasco. Es su opción legítima. La de otros, la nuestra, es recobrar cuanto antes la capacidad vital perdida para seguir avanzando. Es, simplemente, cuestión de prioridades. * Miembro del EBB de EAJ-PNV