or fin llegó y pasó la fecha histórica para Madrid y también para España, del 4-M. Después de una larga campaña, dura, excesivamente dura para quienes venimos de la cultura de diálogo y acuerdo de la transición, en la que hemos visto situaciones impensables en aquel momento histórico, algunas inéditas en nuestros más de cuarenta años de democracia. Una campaña en la que el contraste de ideas ha sido prácticamente inexistente, en la que la dialéctica dura y agresiva, a veces incluso insultante, se ha impuesto a la reflexiva y sensata.

Isabel Díaz Ayuso, Rocío Monasterio y Pablo Iglesias han impuesto su estilo barriobajero y de poco nivel intelectual a Mónica García, Ángel Gabilondo y Edmundo Bal. El ruido ha tapado cualquier argumento que valiera la pena. Es probable que la presencia de Iglesias haya favorecido algo a su partido amenazado de no conseguir siquiera sentarse en la Asamblea, pero da la sensación de que ha sido perjudicial para la izquierda en su conjunto, porque ha provocado una movilización aún mayor de la derecha. Así, no hemos sabido lo que opinaban los diferentes partidos sobre educación, sanidad, servicios sociales o medio ambiente, tampoco se ha debatido sobre la gestión de Ayuso durante estos dos últimos años, ni la referente a la pandemia ni la del resto.

La ciudadanía ha estado pendiente exclusivamente de los envío de cartas amenazantes, si se abandonaban debates por no condenarlas, habían llovido piedras en el mitin de Vox en Vallecas, o si los menas cobran mucho o dejan de cobrar. En definitiva, ha sido una campaña electoral pobre, decepcionante y sobre todo crispada, que, paradójicamente, puede ser la causa de la alta participación.

Antes de entrar en el análisis de los resultados, convendría profundizar algo más en las formas que se están imponiendo en la política actual en los últimos tiempos, que han tenido una gran relevancia en esta ocasión. Especialmente desde que hace unos años apareció en escena un tenebroso personaje, que se ha convertido en el gurú (antes los denominábamos ideólogos) de la derecha extrema populista (convendría a partir de ahora incluir en esta denominación a la derecha pura y dura y a la extrema derecha, resulta más clarificador): Steve Bannon.

Comenzó su andadura en EEUU pero rápidamente extendió su influencia por el resto del mundo y en el instante actual se puede considerar el máximo ideólogo de esa nueva derecha extrema populista. En nuestro país se tiene constancia de que Santiago Abascal, Miguel Ángel Rodríguez y Teodoro García Egea tienen contactos habituales con él, incluso el primero se jacta de ser amigo suyo y eso se ha notado y mucho en esta campaña electoral.

Steve Bannon fue quien llevó en volandas a Donald Trump a la presidencia de EEUU y su influencia fue de vital importancia durante los primeros años de mandato, aunque después lo apartó por considerarlo excesivamente radical. Se piensa que fue el artífice de la campaña de intento de desprestigio del voto por correo (¿os suena?) y probablemente de la fallida toma del Congreso por parte de los seguidores de un presidente que se resistía a abandonar la Casa Blanca cuestionando los resultados electorales. También de una técnica eficaz de desprecio por la verdad: difundir datos falsos por las redes sociales o entrevistas sin preocuparse de su veracidad, solo del impacto emocional que ocasionen, del escándalo que provoquen porque de esa manera se consigue que en las tertulias se hable de ellas.

Ayuso y Monasterio lo han practicado constantemente estas últimas semanas, aderezándolas del todo vale con tal de ganar votos. Para ellas ha valido todo, sin límites éticos o morales, en el caso de la primera, como se ha visto por su instrumentalización indecente y bochornosa de su cargo de presidenta en el acto institucional del 2 de mayo o la surrealista corrida de toros que se ha inventado ese día.

La alargada sombra de Bannon ha planeado sobre la campaña madrileña, experto como es en embarrar el terreno de juego. Y probablemente la izquierda, al menos una parte, por no analizar debidamente ese hecho, ha caído en la trampa y se ha visto perjudicada.

Desde su aparición no se puede, no se debe, competir con esa nueva derecha extrema populista con sus mismas normas y condiciones, ni enfangarse en el barro que provocan ya que no trae buenos resultados como se ha podido comprobar en esta ocasión. Las izquierdas deberán adaptar su táctica impregnada de ética y buenismo a estos nuevos tiempos si no quieren ser barridas del mapa en citas electorales posteriores. Se ha demostrado que personajes como Gabilondo, repletos de bondad, serenidad y buena educación, ya no tienen cabida actualmente.

Centrándonos en los resultados, la noche comenzó con una buena noticia, los datos de participación a las 7 de la tarde anticipaban un resultado histórico al superar en 11 puntos a la de 2019, que terminó en el record absoluto del 76%. Además, que esa subida fuera mayor en lo que hasta ahora se denominaba cinturón rojo, dibujó una sonrisa de esperanza en las sedes de la izquierda, que al final no se confirmó. Caía otro dogma, esta vez una mayor participación no traía un mejor resultado de la izquierda, sino todo lo contrario.

Ayuso, como dijo al final de la campaña, arrasaba con resultados que muy pocos preveían. Se llevaba todos los votos centristas de C’s, todos, más alguno de Vox frenando su subida inicial, pero además se ha dado un hecho histórico: se ha llevado también una parte de la izquierda. Ha ganado en 177 de las localidades de Madrid y en los 31 distritos de la capital, incluidos feudos de la izquierda como Vallecas, Villaverde, Getafe, Fuenlabrada, Parla o Alcalá de Henares, que obliga a sus ideólogos a repensar estrategias futuras.

El porqué de este hecho da para mucho, pero probablemente sea debido al sector de trabajadores relacionados con la hostelería, ocio o turismo que han apoyado de manera entusiasta su gestión de la pandemia. La sociedad madrileña ha conectado con la manera de gestionarla llevada a cabo por Ayuso. Se ha impuesto la economía y las “ganas de marcha” del personal, tomarse las cañitas o conservar el puesto de trabajo, a la salud y la muerte. Trabajo para sociólogos pero especialmente para psicólogos.

En este nuevo momento, ella no necesita a Vox, porque es en sí misma el centro, la derecha, la extrema derecha y su populismo le hace llegar hasta la izquierda. El interrogante es si en el resto del Estado se dan las mismas circunstancias o no.

Después de estos resultados, la izquierda debería repensarse. Probablemente significa un cambio sociológico estructural y no coyuntural, lo que obligaría a un cambio profundo en su estrategia. No solo ha sido la influencia de la campaña diseñada por Bannon y llevada a cabo de manera magistral por MA Rodríguez y Ayuso, también ha sido debido a que la pandemia ha producido un cambio profundo en nuestra sociedad, que se acentuará con la crisis que ha provocado y la salida que tengamos de la misma.

El 4-M hay una clara vencedora: Isabel Díaz Ayuso; y tres derrotados: Ángel Gabilondo, Pedro Sánchez y sobre todo Pablo Iglesias que ha anunciado su abandono de la política. Pero también Pablo Casado ve peligrar su sillón ante el empuje de la vencedora. Las imágenes de esa noche, que valen más que mil palabras, fueron realmente patéticas para él eclipsado por la nueva reina Sol.

El caso de Pablo Iglesias merecerá otro análisis más sosegado. Pero la noche tuvo tres datos positivos, la alta participación, que Vox no sea decisivo y no vaya a entrar en el Gobierno de Madrid y para la izquierda, la desaparición de un personaje al que tiene mucho que agradecer en los últimos tiempos, pero que comenzaba a ser una rémora que ahora desaparece.

Habrá un antes y un después de Pablo Iglesias. Ahora es difícil superar el árbol para poder ver el bosque completo, pero algún día se estudiará esta victoria de Bannon-Ayuso, porque va a poner en peligro nuestra democracia. Este nuevo PP nace impregnado de extrema derecha y que nadie en el resto del Estado, especialmente en la periferia, analice que esto no va con ellos porque se equivocará. Lo ocurrido en Madrid ese día va a afectar a todos en un futuro inmediato. Ya nada va a ser lo mismo, el PP ha entendido que ese estilo le puede llevar a la Moncloa y lo va a imponer en su praxis diaria. Nada de acuerdos con el PSOE, que se olviden de pactar el CGPJ o la salida del estado de alarma. A partir de ahora todo será a sangre y fuego y Euskadi y Catalunya también sufrirán las consecuencias de este tsunami que nos amenaza a todos.

Veremos...

El autor es exparlamentario y concejal de PSN-PSOE