uién nos iba a decir hace más de un año que nos íbamos a ver en esta situación. Difícil solamente imaginarlo. Eso de que el mundo se ve atacado por un terrible virus que amenaza la existencia del ser humano era cosa de películas de ciencia ficción. Imposible creer que ocurriera.

Pero sucedió. Y aquí estamos un año después, sin haber conseguido salir de esta tremenda situación. ¿Hemos sacado algún aprendizaje de esta dura experiencia? Cuando empezó todo esto, aún sin imaginar las dimensiones que iba a alcanzar, algunos pensábamos en que, por lo menos, a lo mejor, nos permitiría darnos cuenta de que no podemos seguir así, que hay que cambiar de rumbo en no pocas cuestiones. Y de que el actual modelo de crecimiento, depredador de recursos y generador de impactos ambientales globales y locales muy graves, es incompatible con la salvaguarda del planeta Tierra.

Si bien no se sabe el origen exacto del covid-19, todas las certezas científicas del momento apuntan a la pérdida de biodiversidad generada por actividades económicas como la deforestación, el comercio y la cría intensiva de especies animales. La propia Naciones Unidas ha advertido de cómo las agresiones contra la Tierra y el deterioro de los ecosistemas está llevando a la humanidad a una nueva era marcada por la aparición de epidemias.

En opinión de Fernando Valladares, profesor de investigación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “la destrucción de la naturaleza es esencial para entender el origen de esta coyuntura epidémica en la que las civilizaciones modernas se han visto inmersas. Donde hay un bosque, donde hay poblaciones de mamíferos y aves, hay biodiversidad, que no es otra cosa que un escudo protector que pone distancias entre el ser humano y los patógenos que se concentran en los reservorios naturales”. Por tanto, como elemento clave en la transmisión del virus, está la pésima situación de nuestros ecosistemas, la deforestación, los sistemas alimentarios intensivos que aumentan las probabilidades de que se produzcan enfermedades zoonóticas, y en especial el descenso de la biodiversidad, todo ello provocado por la gestión que se lleva haciendo del medio ambiente desde hace decenas de años.

Se ha visto además que las desigualdades sociales o la mala calidad del aire influyen en los efectos que provocan estas enfermedades en las personas, como ha sido en el caso del covid-19, ya que la contaminación ambiental, y especialmente la atmosférica, debilita nuestro sistema respiratorio y facilitan un mayor daño del virus.

El cambio climático también ha jugado un papel crucial en la propagación de este coronavirus, al provocar el desplazamiento de las poblaciones de murciélagos y el cambio de sus hábitats habituales. La subida de temperaturas en el planeta es fundamental para entender la propagación del covid, como se señala en un estudio publicado en la prestigiosa revista científica internacional Science of the Total Environment, que detalla cómo los cambios en el termómetro han terminado alterando los ecosistemas de tal forma que las poblaciones de murciélagos -animal que sirve de reservorio de diversos tipos de coronavirus- se desplazaran de Myanmar o Laos hacia Yunnan, China.

Romper los equilibrios ecológicos tienen consecuencias muy graves para el ser humano y esta ha sido una sólo una de ellas, aunque posiblemente la que hemos palpado más de cerca. Una importante llamada de atención que nos ha hecho la naturaleza.

Pero volviendo a este año de pandemia, en cuanto nos vimos encerrados en nuestras casas, se vieron rápidamente las consecuencias beneficiosas de semejante parón en algunas cuestiones, al menos en las ambientales, como que, dejaron de hacerse la media de 180.000 vuelos que a diario atravesaban nuestros cielos generando cantidades ingentes de contaminación. Ya no había grandes cruceros, que, como ciudades flotantes que son, con un elevado consumo energético, contaminación y generación de toneladas de residuos, producían un altísimo impacto en nuestros mares y océanos. Disminuyó drásticamente el transporte, principal fuente de gases de efecto invernadero que provocan el cambio climático, debido a las restricciones a los viajes, la reducción de los desplazamientos al trabajo, el cierre de escuelas, el bloqueo del turismo y de los viajes de negocios.

Todo ello fue un momento de respiro ambiental. Alrededor de un 50% menos de los niveles de contaminación del aire. Una importante bajada en la emisión de gases de efecto invernadero. La reducción general de la carga de contaminación del agua en diferentes partes del mundo. Sin máquinas, vehículos o trabajos de construcción, la contaminación acústica, con impactos muy adversos para la vida, también se vio ampliamente aminorada. La disminución del tráfico ilegal de fauna salvaje. Obviamente también la bajada de la demanda de energía y en consecuencia los efectos adversos de su consumo. El planeta respiró por unos cuantos días.

Ahora, pasado un año, todo aquello que parecía que podríamos aprender de tal horrible experiencia, esa parte positiva que creíamos ver en esta pandemia, ha empezado a cuestionárnosla, tras ver cómo se está gestionando la nueva situación.

En todo este tiempo está claro que hemos aprendido muchísimo de desinfección, de tecnologías de comunicación a distancia, de nuevas formas de trabajar, de tipos de mascarillas, de virología, de nuevas alternativas de entretenimiento, de muchas más cosas, pero poco o nada de lo vital que resulta mantener un medio ambiente saludable, de la necesidad de mantener el equilibrio con nuestro entorno para mantener nuestra propia salud y bienestar.

La nueva normalidad ha traído consigo un mayor incremento en la generación de residuos, y entre ellos, los de plásticos. Ni siquiera hemos aprendido que las mascarillas y otros equipos de protección están compuestos de fibras microplásticas que pueden persistir durante mucho tiempo y generar una importante contaminación en el entorno.

Ante de la pandemia se vislumbraba un comienzo de lucha con el uso masivo del plástico, uno de los elementos contaminantes más importantes que ha marcado nuestra era. De forma todavía algo incipiente se estaban comenzando a legislar en unos cuantos países para limitar su uso y eliminarlo progresivamente, principalmente en los plásticos de un solo uso. Pero volvemos al abuso de ellos, y los fabricantes de plástico preocupados por una legislación incipiente antes de la pandemia quizá están ahora más tranquilos.

Cuando el covid llegó hace un año, el sistema económico fue de mal en peor. Las calles de nuestras ciudades y municipios se vaciaron, los hospitales se llenaron y las economías se vinieron abajo. De alguna forma, la pandemia nos devolvió los estragos y daños que vamos infringiendo a la naturaleza. Ahora, cuando el final de toda esta pesadilla no aparece como muy cercana, la pregunta que nos podemos hacer es si la nueva normalidad traerá una vacuna para los ecosistemas.

El autor es experto en temas ambientales. Premio de Periodismo Ambiental de Euskadi 2019 y Premio Nacional de Medio Ambiente