oy de la vieja escuela. Voy reuniendo papeles de muy diversa procedencia y contenidos para poder ilustrar y documentar mis artículos. De vez en cuando, de palabra y mirando a los ojos a quien en el momento me dirijo, me expreso con cierta contundencia, pero cuando se trata de reflexionar y de expresar por escrito los pensamientos, prefiero hacerlo sopesando los términos y teniendo en cuenta los tiempos que estamos viviendo: inciertos, poco rigurosos y faltos de la solvencia suficiente. Ahora mismo la política española adolece de superficialidad, de tal modo que es más importante la forma que el fondo. Ante mí están extendidos los recortes de prensa que recogen noticias de los últimos tiempos: convocatoria de elecciones en Madrid, mociones de censura fracasadas en dos comunidades autónomas, pronunciamientos de ministros que critican al Gobierno al que pertenecen y agreden, al menos verbalmente, a quienes son compañeros de ocupación -políticos electos por el pueblo-, aunque no piensen del mismo modo. Tal está ocurriendo ahora mismo, mientras en tal vorágine de exabruptos y malsonancias apenas destaca de vez en cuando una frase comedida o una palabra condescendiente con el contrincante. Este modo de comportarse corresponde a una estrategia absurda que ya quedó recogida en el famoso dicho popular de que “a río revuelto ganancia de pescadores”. En la política actual proliferan los pescadores.

La política se ha convertido en un lugar casi inhóspito en el que la convivencia entre diferentes resulta tan difícil como problemática. Y es verdad que podemos hacer un inciso para subrayar que ahora, casualmente, pasamos por un momento de placidez en nuestra Comunidad Autónoma Vasca donde, aunque vivimos y padecemos los rigores del tiempo actual marcado por la pandemia del covid, el debate político no está resultando tan despiadado, absurdo e incomprensible como en el resto de España.

Los líderes de los partidos se las ven y se las desean para mostrarse como originales. Los imagino rascando sus sienes hasta que les aflore alguna ocurrencia, y corriendo a comentar esa ocurrencia con algún amigo de confianza antes de ensayar, incluso, qué tono de voz y qué gestos o ademanes son los apropiados para, usándolos, conquistar ese minuto de notoriedad que les permita protagonizar la actualidad. Es así como se hace la política actualmente. Es así como se malgasta, en muchas ocasiones, el tiempo que debería ser utilizado para resolver los conflictos, llevar a la sociedad por caminos esperanzadores y pergeñar proyectos que hagan felices a cuantos más.

Ahora mismo, a poco que me esmere en buscar ejemplos, no me faltarían diez o doce modelos de palabras que se convierten en insultos y suenan, o resuenan, cada día en el Congreso de los Diputados, en los distintos foros regionales o autonómicos, o en las páginas más solemnes de los diarios. Quienes pertenecen a un mismo órgano o institución -el Gobierno, por ejemplo- deberían expresarse con una sola voz, eso sí, después de que en su intimidad debatieran hasta llegar al acuerdo definitivo que sería trasladado a los ciudadanos como una aportación común, pero no suele ser así porque cada miembro del Gobierno de coalición se empeña en mostrar su patita como si fuera más importante y esencial que la patita de todos. Y así, esos afanes de protagonismo resultan tan fundamentales que devalúan el criterio y la propia actitud de los gobernantes.

La ministra de Igualdad se pronunció recientemente: “Si el PSOE cumple los acuerdos de Gobierno, no habrá tensiones”. Este impulso justiciero, y en exceso controlador, resulta tan absurdo como innecesario. ¿Qué papel juega Irene Montero en el Gobierno actual? ¿Es acaso ella la que vigila los comportamientos de los demás, incluidos los otros ministros de su partido? Tal da a entender, sobre todo cuando muestra tantas dudas y recelos sobre el funcionamiento de otras instituciones: “…si fuera por el CGPJ (Consejo General del Poder Judicial) no habría Ley contra la violencia de género, ni matrimonio igualitario”. Debería saber que las leyes se elaboran y aprueban en el Parlamento, pero la democracia se asienta en un CGPJ poderoso, tanto como leal y justo, que preserve los derechos y deberes de los ciudadanos.

“Malos tiempos para la lírica”, solíamos decir hace bastantes años, cuando la convivencia era más problemática y la democracia se discutía entre el rigor y la absoluta complacencia. Aquellos malos tiempos se superaron en buena medida, sobre todo porque nos empeñamos en construir una sociedad democrática que nos ayudara a olvidar el franquismo. Las ideologías vinieron en nuestro auxilio -¡sí, en nuestro auxilio, porque nos propusimos demostrar que podían ser útiles para la convivencia pacífica de todos!-, los partidos cayeron en manos de líderes, menos ambiciosos que serviciales con la colectividad, que pensaron más en construir una convivencia llevadera y útil que en ganar ninguna batalla o guerra. Que Fraga dialogara con Carrillo y los líderes nacionalistas no fue una imagen bufa, ni una muestra de cobardía por parte de ninguno de ellos. Probablemente todos habían aprendido a vivir de otro modo, a evolucionar del mejor modo posible. Todas las disputas de los tiempos de la negritud pesaron en el tiempo en que estrenábamos una nueva convivencia. Pues bien, aquel modo de comportarnos todos -prácticamente todos salvo algunos bravucones incorregibles- sirvió para construir la España que ahora, en manos de amateurs de la política, puede hacer aguas.

La nueva clase política adolece de soberbia. Se trata de eso, de soberbia, y no precisamente de orgullo, que sería otra sensación mucho más esperanzadora. Esa soberbia es la que ha llevado a Pablo Iglesias (Turrión, que no Pose) a abandonar la empresa que con tanto empeño persiguió -la Vicepresidencia del Gobierno, ya que la Presidencia se le mostró imposible de alcanzar-, para quedarse en un mero competidor por el tercero o cuarto lugar en la Comunidad de Madrid. Este alarde de servilismo ha llevado a Pablo Iglesias a mostrar su auténtico rostro y sus arteras intenciones. En principio, debemos constatar que solo la consecución de ocho o diez puestos en la comunidad madrileña permitiría valorar su estrategia como juiciosa, pero a la vez, su huida o desbandada del Gobierno supone una cobardía, a la vez que un gesto de soberbia. “¡A mí el pelotón, Sabino, que los arrollo!”, gritó el futbolista Belauste (del Athletic) dirigiéndose a su compañero Sabino para que le enviase el balón en un partido que se celebraba allá por los años veinte del siglo pasado. Sabino le envió el balón y Belauste acabó enmarañado en la red junto a cuatro jugadores suecos, consiguiendo uno de los goles más históricos de la selección española. Tal que así parece haberse expresado y comportado el líder de Unidas Podemos, si bien ahora solo falta que consiga ganar las elecciones con las que le ha desafiado la presidenta Ayuso. No parece que las previsiones estén anunciando ningún arrollamiento por parte de Pablo Iglesias, más bien le vienen tratando como al posible artífice de un mal menor.

Su soberbia, no obstante, traerá algún beneficio a su formación. De momento, ya va a ser sustituido por Yolanda Díaz en el Gobierno, cuya ideología progresista y de izquierdas está mucho más contrastada que la de Iglesias. Ella no muestra un rostro agreste, ni necesita expresarse mediante improperios, ni usa un lenguaje agresivo. “Yolanda sonríe siempre y eso no es una tontería”, decía un rival político suyo. Por ejemplo, creo que no diría esas frases manidas y soberbias, como amenazantes, que usa Irene Montero. Lo demuestra cada vez que se expresa, incluso cada vez que los medios de comunicación se hacen eco de sus palabras y de sus actitudes.

Como quiera que me asiste el convencimiento de que Yolanda Díaz será un gran apoyo para el presidente Sánchez y, más aún, integrará las filas (o los necesarios apoyos) de mi PSOE en un futuro no muy lejano, me hago eco de algunas palabras suyas que merecen ser subrayadas. “Los comunistas somos así, respetamos las instituciones”, ha dicho. Es decir, algo que nunca dirían ni Pablo Iglesias ni Irene Montero, trasgresores siempre y cuando las desobediencias les favorezcan. Y ha dicho también que “(ser comunista) es defender la igualdad y la democracia… Muchos dicen que el comunismo es una antigualla, la antigualla es que haya pobres en el siglo XXI”. ¿No es eso mismo lo que pregonamos los socialistas, y algunos humanistas más? Pablo Iglesias (Turrión, que no Pose) ha dejado empantanado a Pedro Sánchez: su paso por el Gobierno ha dejado más pena que gloria… Pero en mi fuero interno ha florecido la esperanza de que Yolanda Díaz aporte sensibilidad donde había muy poco más que codicia.