ras millones de años de lenta evolución, la aparición del sapiens en la tierra aceleró el ritmo de transformación de nuestro planeta. El desarrollo de la agricultura y la ganadería dio paso a un nuevo tiempo dominado por el hombre. Hace 10.000 años se alteró definitivamente el modo de interacción del ser humano con su medio natural. La población estabilizada en 4 millones durante centenares de miles de años se incrementa, gracias a nuestras habilidades tecnológicas y productoras, aproximadamente a 50 millones hace 3.000 años, llenando el planeta de aldeas, ciudades, interacciones comerciales y necesidades energéticas. Este ritmo de crecimiento y alteración del medio en los dos últimos siglos de revolución tecnológica ha adoptado una forma exponencial, hasta poner en riesgo el propio clima y el ecosistema global del planeta. La humanidad por primera vez es consciente de la necesidad de una nueva relación con su medio.

Nuestra civilización occidental bebe de muchas fuentes: el pensamiento griego, la practicidad ingenieril romana, el horizonte judeocristiano… Este último horizonte se caracteriza por una visión optimista del mundo que resalta la centralidad de nuestra especie. Así dice el texto del Génesis: “Tened muchos, muchos hijos; llenad el mundo y gobernadlo; dominad sobre los peces, las aves y todos los animales que se arrastran…” Dada nuestras habilidades debemos reconocer que hemos desarrollado una buena carrera de crecimiento y dominio. Pero he aquí que nos hemos encontrado con los límites del medio, de nuestra casa. Empezamos a atisbar que ese medio natural se vuelve en contra de una especie que ha abusado de ella. Comenzamos a darnos cuenta que en la agenda humana el cuidado de nuestra casa común ha de ocupar un lugar principal.

Ocupamos evidentemente un lugar especial en el árbol de la vida. Tan especial que poseemos la capacidad de colorear el dominio que ejercemos sobre él. Nuestro dominio no ha de ser abusivo, suicida. Debe caracterizarse por una gestión responsable del planeta. Por nosotros mismos y por los restantes vivientes.

Nuestra economía puede construirse de una manera mucho más sostenible. Tenemos el ingenio y la técnica para poder realizarlo. El hombre puede reorientar la dirección de las relaciones globales, de sus economías, el orden de sus prioridades. Es muy probable que estemos comenzando una cuarta revolución industrial, que ha de ser estimulada y fortalecida por el poder público a través de sus políticas económicas y fiscales, a modo de mano visible que oriente con firmeza e inteligencia el mercado hacia los fines deseados. El mercado por sí mismo busca su interés; ha de ser cuidadosamente redireccionado por el poder público, garante del bien común. El cuidado del medio ha de ser compatible con la rentabilidad y las herramientas de política económica han de ser dispuestas para direccionar el proceso, a través de estímulos de política económica y fiscal.

Una de las viejas raíces de nuestra civilización también ha articulado desde su propia tradición una reflexión teórica sobre esta necesidad de reorientación. El papa Francisco, de una manera muy acertada, en sintonía con nuestro tiempo, en el sínodo amazónico, ha posibilitado una reflexión cristiana rica sobre una ecología integral. El cristianismo articula una reflexión ecológica donde el hombre no deja de perder el lugar central que indudablemente tiene en nuestro planeta y donde se acentúa específicamente el lugar de los más pobres y necesitados, incluso al desarrollar la nueva política medio ambiental que el mundo necesita.

Las próximas décadas se caracterizarán probablemente por un avance tecnológico que no deje a un lado la problemática medioambiental. La gobernanza mundial tendrá un papel vital en ello. Desde una nueva escala de valores y la tutela pública, el avance industrial y tecnológico no podrá dejar a un lado el cuidado de la casa común. El futuro de los hombres en el cosmos requiere que nuestro desarrollo en la tierra sea exitoso. No estamos abocados al fracaso. Tenemos ingenio, capacidad para lograrlo y abrirnos en el futuro lejano más allá incluso de nuestro propio planeta.

Esperemos que los descartados del mundo en esta nueva agenda tengan también su sitio, como muy acertadamente nos lo recuerda Francisco. Todo cambio de rumbo tiene su costo. Esperemos que no lo paguen los de siempre y nos encaminemos a un mundo nuevo y ecológico para ricos vip. Tenemos una oportunidad para pasar del dominio a una gestión responsable del mundo que no deje tampoco a un lado a los más pequeños.