l Papa ha estado en Irak. Ya nadie se lo esperaba. Juan Pablo II, Benedicto XVI y todo Roma llevaba 10 años prometiendo esta visita. Este viernes 5 de marzo, el santo padre Francisco aterrizó en Bagdad. Llegó a esta cuidad caótica que tuve la suerte de visitar en 2018 con el nuncio apostólico Ortega Martín, apasionado del Real. De hecho, la primera vez que me crucé con él en la cuidad de Qaraqosh, destruida por el Isis y que ha visitado el Papa, él estaba hablando de fútbol con unos niños iraquíes y les lanzaba unos ¡Hala Madrid! Casi se desmaya al oír un ¡Aupa Athletic! Volviendo a su santidad, el viaje que ha emprendido en contra de todas las recomendaciones de sus consejeros y de políticos a través del mundo es un evento único y una hazaña de mucho valor y coraje. Viví dos años en la llanura del Nínive y esta es la situación que me encontré, y que el Papa, dos años después de que me fuese, se ha encontrado en este viaje.

La zona de Mosul y la provincia del Nínive fueron controladas por el Estado Islámico (o Daesh en árabe) de 2014 a 2016. Esta zona fue en gran parte destruida por el Daesh, pero también por las fuerzas de la coalición internacional, que incluye Italia, Francia y España. La estrategia de la coalición fue simple. Bombardear, bombardear y bombardear a ciudades y pueblos hasta que solo queden unos pocos inmuebles en pie. Después, se les mandaba a las tropas locales, constituidas entro otros por musulmanes, cristianos, yazidíes, árabes y kurdos, a “limpiar” las casas una por una. Por esta estrategia, al cabo de tres años de guerra, las bajas locales son mucho más importantes que las bajas sufridas por los otros miembros de la coalición, y pocos son los edificios e infraestructuras no dañados. Las casas, mezquitas, iglesias, templos, escuelas, hospitales, carreteras, centrales eléctricas, la mismísima presa de Mosul, todo necesita reconstrucción. La lista de necesidades es interminable.

La situación moral y psicológica de Irak es igualmente precaria. Los iraquíes, de cualquier origen y religión, están cansados y divididos después de cuatro décadas de guerra. Desde los años ochenta con la guerra contra Irán a la crIsis de 2014 lo único que han conocido los menores de 40 años es pobreza, conflicto y persecución en un círculo vicioso sin fin. Esto es lo que pasa cuando países lejanos interfieren en la política local. Irak como país apenas tiene más de 100 años. Fue creado en 1920 cuando el Reino Unido se dividió al imperio otomano con Francia y se les obligó a grupos étnicos y religiosos diferentes a vivir juntos. Esta diversidad cultural es una riqueza envenenada. Ha traído sangre, mucha sangre. Los iraquíes merecen una vida normal y segura después de todo lo que han vivido. Esto vale para todos los que pueblan Irak. Que sean musulmanes chiítas o sunníes, cristianos ortodoxos, caldeos o católicos o que sean yazidíes, kakais, turcómanos, árabes, kurdos, o asirios, cualquiera la lengua que hablen, ellos quieren saber lo que vivir en paz significa.

Entre el momento que me fui de Irak al que ha venido el santo padre, el país no ha cambiado mucho. En el año 19, y hasta mediados de 2020, los jóvenes de Bagdad y otras ciudades tomaron las calles demandando la dimisión del Gobierno, un fin a la corrupción, trabajo y que Irán deje de meterse en los asuntos del Estado. Escenas de guerra aparecieron otra vez en las noticias del mundo. La represión del Gobierno fue brutal, el ejército cargó las armas con balas reales y los cañones de agua apuntaron a los manifestantes pacíficos. La reacción de estos fue ejemplar. Se generó una ola de solidaridad como nunca se ha visto. Jóvenes de orígenes culturales y sociales diferentes se asociaron, generaciones de más edad se unieron a ellos, empleados de tiendas trajeron comida y agua, médicos y enfermeros se ocuparon de los heridos sin pedir nada a cambio e incluso el gran ayatolá de Irak les dio la razón. El Gobierno acabó cayendo y las nuevas elecciones las ganó el presidente actual, un exiliado en Estado Unidos huyendo de Saddam Hussein, un antiguo jefe de los servicios secretos y político aceptado por Irán y EEUU. Gracias a él, el nivel de corrupción y de paro ha bajado un poco e Irán interfiere menos.

Aun así, la situación sigue siendo critica. Hace tres semanas, tres misiles cuyo blanco eran soldados americanos cayeron en Erbil, la capital política del Kurdistán iraquí. Hay informes que afirman que supervivientes del Isis se están reagrupando y atacando aldeas. Los turcos conducen operaciones militares en los montes del norte para, supuestamente, echar a los miembros del PKK, un grupo armado kurdo considerado como terrorista por Ankara. Tensiones entre el Gobierno kurdo y el de Bagdad, entre los que se quedaron en las ciudades bajo control de Daesh y los que huyeron, entre los que se acusan de haber causado los últimos conflictos además de las tensiones entre los estados de Oriente Medio. No nos olvidemos del covid que arrasa a la población. Económicamente también hay mucho camino que recorrer. Igualmente para el sistema educativo. Lo mismo se aplica para la reconstrucción de todas las zonas destruidas. Se ha hecho muy poco. Las ONG han hecho lo que podían, pero ahora la comunidad internacional tiene que actuar.

La visita del sumo pontífice a Irak, viaje de considerable importancia histórica por ser la primera vez que un Papa hace el desplazamiento a este país, es un gran paso hacia la estabilidad. ¿Pero por qué Irak y no otro país? Los países en vía de reconstrucción son numerosos. La razón es porque Irak ha jugado un papel enorme en la historia del mundo. Y eso desde hace miles de años. Todos hemos oído hablar de Mesopotamia, entre dos ríos en griego antiguo, la cuna de la civilización. Los ríos en cuestión son el Éufrates y el Tigris. El primero se une al segundo en el sur de Bagdad antes de lanzarse al golfo pérsico. Nuestra civilización, las primeras granjas, los primeros rebaños, las primeras palabras escritas nacieron allá. También hemos oído hablar de Abraham, nacido en la ciudad de Ur, donde estuvo el Papa el sábado. Gran personaje de la Biblia, y de la Tora, y del Corán, de las tres religiones monoteístas. La antigua Nínive, cuyas defensas se siguen viendo en las afueras de Mosul y Babilonia, ambos nombres bíblicos, se encuentran en este país. Alejandro Magno derrotó a Darío el grande en Karamless, pueblo destruido por el Isis. La historia de Irak es nuestra historia. Por eso, el viaje del Papa, su primera visita fuera de Roma desde el comienzo de la epidemia, significa tanto.

A lo largo de este desplazamiento, los mensajes del santo padre no cesaron de hablar de unidad, de amor, de paz, de esperanza y de nuestro deber como personas. Nuestro deber es apoyar en lo que podemos, es presionar a nuestros gobiernos para que actúen, es rezar por aquellos que han sufrido y que sufren hoy y encargarnos de que estas cosas no se repitan. Uno de los símbolos fuertes de este evento ha sido el Papa con el gran ayatolá Al-Sistani, considerado por muchos como el número dos del mundo chiíta. Una primera. Todos los seres humanos somos iguales y nos debemos de ayudar. Otra imagen que no se nos olvidará: Francisco en las ruinas de Mosul, metrópoli clasificada por la Unesco y antigua capital del Estado Islámico. Después de la visita del Papa, aunque siga habiendo mucho camino por recorrer, estoy convencido de que los iraquíes van a salir adelante. La gente de la región ha sabido remontar obstáculos como nadie desde hace siglos, renaciendo de sus cenizas como el Ave Fénix. Si hay una palabra para describir esta gente es resiliencia. El Papa ha traído esperanza, ahora nos toca traerles la paz.