ucedió en China. Hace diez años. En una multinacional llamada Foxconn, dedicada a la fabricación de computadoras. Veinte obreros se suicidan por las condiciones en las que trabajan. O por el maltrato inhumano que reciben. Da lo mismo: solo es una noticia en los informativos. Una curiosidad que llega de otra galaxia. No pasa nada. Nosotros seguimos expectantes, los brazos cómodamente cruzados, mirando el televisor.

Sucedió en otro mundo, pero puede suceder en este. O tal vez ya sucedió y está sucediendo ahora. Nadie denuncia lo que no ve, lo que se oculta y se silencia por sistema. Nunca hay culpables, los damnificados no importan. El ideólogo de la barbarie -el artífice del crimen invisible- es siempre un ente abstracto. Decimos: los jefes, el Estado, los de arriba. Pero la sociedad distópica de Orwell se hizo realidad hace tiempo. El Poder tiene nombre, identidad, responsables.

Una librería independiente de Barcelona, con editorial propia, uno de esos sellos que no reciben ayudas institucionales y cuya página está omitida (curiosamente) en algunos enlaces de internet, acaba de publicar un libro que recoge los testimonios de varios trabajadores de la fábrica china. Bajo el título La máquina es tu amo y señor (Virus Editorial), encontraremos proyecciones de nuestro presente. Y un alegato contra la esclavitud.

Al leer las declaraciones de los obreros (hablan de vigilancia policial, de disciplina militar, de control permanente), uno busca explicaciones a su conducta. Una de ellas -la más evidente- está en la desprotección que sufren hoy los trabajadores, en sus derechos vulnerados. Porque el activismo político de ayer -claro está- hoy no existe. Y porque el sindicalismo se ha rendido a las demandas de las grandes empresas. Alguien dijo que las revoluciones las ganan siempre los poderosos, ayudados (eso sí) por sus secuaces propagandistas, por esos que obtienen, a cambio de sus servicios, regalías y prebendas de sus señores.

Sucedió en Vitoria hace 45 años: un 3 de marzo de 1976. Cinco personas resultan muertas tras sesenta días de huelga indefinida. Reclaman un incremento salarial, mejoras en sanidad, pensiones futuras. Un crimen perpetrado por un ministro con nombre y apellidos y ejecutado después por sus súbditos obedientes: los mismos que hoy acatan las órdenes de sus amos. Los mismos que ahora vigilan, maltratan, esclavizan. Los métodos son distintos, los fines iguales.

Los crímenes de Estado de ayer los cometen hoy los hijos de aquella masacre. Unos hijos capaces de doblegar a sus semejantes con libertad absoluta y total impunidad. Una generación acomodada a un sistema laboral que trafica con las personas como si fuesen mercancía. Humillados y vendidos, los hijos del 3 de marzo, cómplices de abusos, farsantes y después verdugos, estrechamos la mano del empresario y nos cruzamos de brazos. Él nos concede privilegios. Nosotros hacemos nuestro trabajo: fingimos defender a aquellos que llamamos compañeros. Debería caérsenos la cara de vergüenza.

El autor es escritor