ace algunas décadas, las investigaciones sobre procesos democratizadores se basaban en dos ideas. La primera, que a partir de un rango de ingresos per cápita determinado las sociedades se hacían democráticas y permanecían democráticas en el largo plazo (la teoría de la modernización de Lipset). La segunda, que para la consolidación democrática bastaban dos alternancias de poder mediante elecciones.

Un vistazo alrededor del mundo muestra hoy que ni el umbral de ingresos ni las elecciones exitosas repetidas son suficientes para proteger a muchas democracias. Lo que vemos es que no hay ningún mecanismo institucional en las democracias liberales que impida un giro autoritario llevado a cabo por un gobierno debidamente elegido que observe las normas constitucionales.

Hitler llegó al poder a través de este mecanismo, aprovechado también por autócratas para instaurar regímenes militares. Partidos comunistas o religiosos han sometido sociedades democráticas a su voluntad utilizando ese mismo “agujero”. Explorar esta falla en el centro de la democracia es el quid de la obra Crises of Democracy (2019) del politólogo y estudioso de la democracia Adam Przeworski.

Los Padres Fundadores de Estados Unidos vieron los riesgos en “la tiranía de la mayoría” y diseñaron salvaguardas constitucionales como la separación de poderes, los controles y equilibrios, el federalismo, el imperio de la ley y los derechos individuales para evitar que el país cayera en esa falla. Sin embargo, a pesar de las mejores intenciones y algunos planes bien trazados, el agujero nunca se ha cerrado. Y su persistencia ha llevado a situaciones de fragilidad democrática. Donald Trump está demostrando que la hipótesis del “agujero democrático” puede ocasionar estragos en la plasmación de la visión prudente y genial de los Padres Fundadores.

El espectro que nos acecha hoy es pues una erosión gradual, casi imperceptible, de las instituciones y normas democráticas, la subversión legal de la democracia, el uso de mecanismos que existen en regímenes con credenciales democráticas para la erosión de la propia democracia.

No es la primera vez que la democracia está en crisis en Estados Unidos. El período 1964-1976 fue extremadamente volátil. El movimiento de derechos civiles estaba en pleno apogeo, la guerra de Vietnam dividía al país y los asesinatos políticos de Martin Luther King y Robert F. Kennedy en 1968 desestabilizaron la democracia. Pocos años después, el escándalo del Watergate fue el punto culminante de la crisis para la democracia estadounidense.

La administración de Nixon trató de defender su poder por todos los medios posibles. Pero sesenta y nueve de sus partidarios fueron finalmente acusados ??y cuarenta y ocho fueron condenados por actos ilegales relacionados con el escándalo, incluidos dos fiscales generales, el jefe de gabinete, tres de sus colaboradores en la Casa Blanca, el secretario de comercio y el abogado personal de Nixon.

La democracia estadounidense impidió que el presidente abusara de su poder por mucho tiempo. De todos modos, es legítimo preguntarse si el sistema institucional habría actuado de forma efectiva en el caso de que los republicanos hubieran controlado ambas cámaras del Congreso.

Nixon dimitió antes de que se iniciara el proceso de destitución. Una conclusión general que quizá podamos extraer es que los contextos y las condiciones previas no determinan los resultados. En esos mismos contextos y condiciones, son las actuaciones de personas concretas las que convierten una proclividad existente en un resultado concreto.

Así pues, todo depende de si las personas que están preocupadas por la democracia anticipan los efectos acumulativos de la erosión gradual de las normas democráticas (una pendiente descendente hacia el “agujero”) por parte de gobiernos o líderes elegidos democráticamente pero con tentaciones autócratas.

La actitud ha de ser de alerta y de no minimizar acciones individuales aparentemente inocuas. Si se anticipan los efectos acumulativos de la reincidencia, el sistema puede defenderse de aquellos en posiciones de poder que erosionan la democracia y favorecen el deslizamiento hacia formas de “democratura”, autócratas o anócratas.

Además de Przeworski, David Runciman (How Democracy Ends, 2018) y Levitsky y Ziblatt (How Democracies Die, 2018) centran sus análisis en cómo los sistemas políticos democráticos pueden verse erosionados por fallos o desviaciones normativas e institucionales o por la erosión de la confianza en los valores de la democracia en situaciones de declive económico y/o desigualdad extrema.

Acemoglu y Robinson, por otra parte, expresan la fragilidad de la democracia por medio de la metáfora visual del “pasillo estrecho” (en su libro The Narrow Corridor, 2019), una ruta construida por medio de tensiones entre el poder estatal y la sociedad civil a la que es difícil acceder y en la que no es fácil mantenerse.

Desde la economía podemos valorar las crisis de las democracias en un contexto más amplio. Los factores económicos de estabilidad, crecimiento y declive, y los contextos cambiantes en la geoeconomía global, son esenciales para entender de forma cabal a qué líneas de ataque externo se enfrentan las democracias.

Aunque Przeworski se centra en el ámbito de lo estrictamente político (lo institucional y normativo), también sitúa el origen de las crisis democrática en factores de economía política: la ruptura del contrato social que surgió a partir de la Segunda Guerra Mundial y el advenimiento del neoliberalismo a partir de 1980.

De forma muy sucinta, el argumento es que la desigualdad extrema contribuye a la polarización socio-política y esta desestabiliza las democracias, haciendo más probable que la hipótesis del “agujero” se haga realidad.

Además del fuerte impacto negativo del neoliberalismo, vivimos desde hace algunas décadas un proceso de traslación tectónica del centro de gravedad de la economía mundial de Occidente a Asia. Immanuel Wallerstein y Andre Gunder Frank observaron esta tendencia hace al menos veinte años. El libro de Frank sobre la economía global en la era asiática (Re-ORIENT) es de 1998.

Esta pérdida relativa de poder económico de Europa y Estados Unidos ocasiona en la estabilidad de las democracias occidentales problemas propios de las situaciones de declive relativo. Hay además un problema político añadido, puesto que el ascenso de China representa la consolidación de una superpotencia totalitaria ajena a los valores democráticos y en confrontación directa con ellos. El gran politólogo de Stanford Larry Diamond explora este asunto en su libro Ill Winds (2020).

Es obvio que podemos debatir acerca del peso relativo del neoliberalismo, por un lado, y de la cambiante geoeconomía global, por otro, en la crisis de las democracias occidentales. No es posible excluir de la explicación ninguno de esos dos grandes factores, que junto con los factores institucionales y normativos nos procuran una suerte de tríada causal para entender la situación actual.

En el horizonte post-pandémico se observan ya vientos de cambio tanto en Europa como en Estados Unidos. Después de su defensa acérrima de políticas de austeridad a partir de la crisis de 2008, Angela Merkel ha virado completamente su enfoque.

El rumbo hacia la consolidación de una “glocalización” post-pandémica con un mayor peso del sector público en los diferentes territorios, y la ejecución de los fondos de ayuda, podría favorecer una cierta estabilización de las democracias europeas.

De hecho, Jürgen Habermas atribuye la decisión de Merkel no solamente a los riesgos de recesión económica sino principalmente a la preocupación de la canciller por la creciente influencia de la ultraderecha en Alemania y en otros países y el consiguiente riesgo para las democracias europeas.

En Estados Unidos, Joe Biden tiene el triple reto de mitigar una extrema polarización política, poner en práctica políticas fiscales expansivas y de inversión en infraestructuras que reduzcan la desigualdad socio-económica y recomponer las alianzas globales de Estados Unidos para hacer frente a China.

Todo ello podría contribuir también a corregir las fallas de la democracia estadounidense que las tentaciones autócratas de Trump han puesto en evidencia.

US Fulbright Specialist, Senior Research Scholar en el MIT y Visiting Professor en London School of Economic