l temor y las dudas continúan estando presentes en nuestras vidas y en el desarrollo del sector turístico y de los servicios. Con el covid-19, ambos apartados nos está deparando escenarios que hablan de un incierto futuro.

Ante esta tesitura, ¿es posible poder administrarlas con cierta pericia y racionalidad? Hasta la fecha, la operatividad institucional y turística han sido validadas y reconocidas, lo que nos ha permitido desarrollar unas relaciones y consumos más o menos desacomplejados.

Sin embargo, el coronavirus enturbia este escenario generando situaciones de enredo que obligan a revisar las políticas y procedimientos que probablemente, deban de ser reformuladas conforme a esta nueva realidad.

Un enredo que fuerza al turismo a moverse fuera de su trayectoria habitual y ante la cual, no dispone de herramientas e iniciativas adicionales. Eso se traduce en que se siga viviendo de lo heredado, donde los estrictos procesos de producción sigan acaparando la mayoría de las atenciones, dando lugar a que la angustia y temores continúen estando presentes.

Debido a ello, se ha ido imponiendo cierto ensimismamiento y una reiteración en la revisión de los procesos internos, cuando esta crisis nos aconseja dirigir la mirada hacia otros factores que ayudarán a mitigar sus efectos.

Esto ha posibilitado el que se consolide lo que denomino un “clima social negativo” donde muchas de las certezas, se están viendo reducidas y cuestionadas. Así, los alojamientos, bares, restaurantes y cafeterías, de ser percibidos como espacios lúdicos y de esparcimiento, han pasado a ser vistos como factores de riesgo sanitario y de seguridad. Además, los espacios de convivencia se ven oprimidos y con descensos en usos y relaciones. Es más, se nos aconseja que éstos se desarrollen en lugares más abiertos y menos concurridos de los habituales.

Ante tal reducción de alternativas y la mayor cautela con la que actuamos, se tiende a dirigir la mirada a otras zonas donde las requeridas recomendaciones se puedan realizar con mayor flexibilidad. El Territorio Histórico de Arab, dispone de dichos espacios que ya son utilizados por muchos de sus ciudadanos por vínculos familiares, de proximidad, por segundas residencias, etc.

Situación que está permitiendo redescubrirlos, propuestos en su día como lugares de atracción pero que, han tenido un escaso reconocimiento si los comparamos con otros de mayor demanda. Lugares de referencia patrimonial, medioambiental, cultural, etc., que también pueden ser visitados por otros ciudadanos que, careciendo de los vínculos antes citados, puedan conocer una Araba que estoy convencido les sorprenderá positivamente.

Por ello, convendría que el sistema turístico vasco considere hacer compatible “lo que se es como sector e instituciones” con la posibilidad de desarrollar todo un conjunto de nuevos procesos que fortalezcan armoniosamente su entramado y funciones. En este caso, vinculados al factor territorial, pero unidos inexcusablemente a otros que lo complementen y enriquezcan.

Como dije en otra ocasión en este mismo diario, vivimos con una “incomodidad que nos incomoda a todos” pero esta pandemia ha de representar la posibilidad de ampliar la visión y la chispa turística, de ocio y de los servicios, porque nos obliga a orientar nuestra mente hacia “la identificación de situaciones, agentes y escenarios que están ahí”, superando en lo posible estas condiciones draconianas y los tics preexistentes.

Como país moderno y funcional, tenemos el desafío de gestionar la incertidumbre lo que nos exige convivir y cultivarnos en su compañía e ir apostando por unos riesgos diría que calculados. En definitiva, los resquicios de tipo territorial que nos obliga a utilizar el coronavirus, han de ser vistos como una nueva oportunidad, que no la única, para la reactivación del sector y de las relaciones sociales. Pues eso…

El autor es miembro del Comité de Expertos de la Organización Mundial del Turismo (OMT/UNWTO)