istóricamente se ha relacionado la montaña y los deportes asociados a ella con el género masculino. Mientras Hillary y Norgay, Irvine y Mallory, Messner o Kukuczka escribían la Historia del alpinismo, fueron muchas las mujeres que se lanzaron a la aventura condenadas a la invisibilidad en un mundo de hombres. Antes de que empezara el siglo XX, Fanny Woricman alcanzó la zona de la muerte, por encima de los 7.000 metros; y casi cien años después Wanda Rutkiewicz se convirtió en la primera mujer en hollar la cima del temible K2.

No hay que ir muy lejos, en todo caso, para encontrar figuras femeninas pioneras en el mundo vertical, como Edurne Pasaban, primera mujer en completar los 14 ochomiles de planeta, y en Álava también tenemos ejemplos de que la montaña, en todas sus variantes deportivas, también es terreno para la mujer.

Mujeres como Arantxa Pinedo y Esther Merino. Arantxa, del club Hazten de Gasteiz, atesora dos subcampeonatos y un campeonato de España de marcha nórdica, un deporte joven pero que va arraigando entre quienes disfrutan de la actividad física al aire libre. Esther, por su parte, plasma sus salidas a la montaña en su blog de Pyrenaica, la revista de la Federación Vasca de Montaña, tratando de ir más allá de la mera actividad deportiva.

Quizá por ser un deporte muy joven -la marcha nórdica fue aceptada como modalidad deportiva propia por la Federación Española de Deportes de Montaña y Escalada (FEDME) en 2015-, esta actividad atrae tanto a hombres como a mujeres y, señala Arantxa, a día de hoy en su club la representación es equilibrada, e incluso “hay más chicas”.

Tampoco cuando sale a competir a otras comunidades autónomas percibe que el sexo marque diferencias. “Es cierto que hay comunidades, donde se inició la marcha nórdica, como Andalucía o Baleares, donde hay más gente en general que practica, pero no te llama la atención que haya más hombres o mujeres”, explica.

Cuenta además este deporte, nacido del entrenamiento estival de los esquiadores de fondo, con la circunstancia de que en el Estado se miden hombres y mujeres a la par. “En España las competiciones son mixtas, en Italia por ejemplo hacen una distancia las chicas y los chicos otras. Aquí las carreras tienen los mismos kilómetros para chicos y chicas, y yo estoy a favor de eso, yo lo prefiero”, afirma la deportista vitoriana, que en su papel como monitora del Hazten sale a los caminos un domingo cada mes “con más chicas que chicos”.

Ahora, como consecuencia de la pandemia, esas salidas han sido suspendidas, pero este mismo mes de octubre se van a retomar “con todas las precauciones correspondientes” y, según señala Arantxa, la demanda de estos cursos de iniciación y perfeccionamiento ha aumentado. “La gente prefiere estar al aire libre, no quieren hacer actividades en entornos cerrados”, asegura.

Tiene futuro, por tanto, un deporte que carga con el estereotipo de liviano, pero que a partir de cierto nivel exige una buena preparación física y sobre todo técnica, pues el mínimo error en una carrera conlleva sanciones. “La marcha nórdica -explica Arantxa- tiene su parte saludable, pero ya cuando te metes en la competición deja de serlo. Hay gente que va al ritmo que quiere, pero cuando te centras y te lo tomas en serio exige un sacrifico y una disciplina”. Eso sí, cuando alguien se anima a tomar los bastones, suele repetir. “Yo llevo muchos años practicando, y cada vez me engancha más, nunca dejas de aprender”, afirma.

Por otro lado, aunque la marcha nórdica en España vive un momento dulce, Arantxa ve complicado que lleguen a entrar patrocinadores privados que permitan un mínimo nivel de profesionalización, y además, quizá por la juventud de esta modalidad deportiva, echa de menos un poco más de implicación por parte de las propias federaciones que la amparan.

Esther Merino empezó a ir al monte cuando se divorció, hace doce años. En las semanas en las que no tenía que cuidar de su hijo invertía su tiempo libre en hacer salidas con grupos, y ya nunca lo dejó. “Es una forma de vida. Desde que empecé fue todo muy intenso, empece a subir montañas en Picos de Europa, en Pirineos, en Dolomitas, siempre con la inquietud de, al margen de hacer deporte, ir un poco más allá. “Yo he sido una montañera que siempre ha querido saber adónde iba, aprender a utilizar el Wikiloc, el GPS, para que no me lleven, sino que yo pueda guiar a la gente”.

Cree Esther que habitualmente los hombres toman el rol de guía y que las mujeres tienden más a dejarse llevar. “Yo desde el principio quería ser la que llevara a los demás -apunta-, a veces a las chicas les preguntabas dónde habían estado el fin de semana y no sabían. Los hombres toman el papel del liderazgo en grupos de montaña y las mujeres se quedan atrás, y yo no he sido una mujer de quedarme atrás, he evolucionado muy rápido, y siempre he querido saber los desniveles, los kilómetros”.

Desde hace ya unos cuantos años, Esther narra sus salidas al monte en Pyrenaica, y según afirma, aunque en el mundo de la montaña la literatura más visibilizada ha sido la escrita por hombres, las mujeres han estado ahí siempre, y la propia Pyrenaica es un ejemplo de ello. “La revista tiene directora, Luisa Alonso, y hay una sección en los blogs online que se llama Mujeres de Pyrenaica, con la misma categoría que los demás, e incluso son mas visitados”, explica.

Esther, en sus artículos, compagina la parte más deportiva de sus salidas con referencias mitológicas o históricas, y de hecho recientemente ha publicado una serie de artículos sobre los Castillos que defendieron el reino de Navarra, con salidas bien documentadas a atalayas como la de Gebara, la Cruz del Castillo, Toloño, Irurita, Korres o Aitxita.

En general, Esther cree que la literatura de montaña escrita por mujeres es más “personal e intimista”. “Subir veinte tres miles está muy bien -señala en ese sentido-, pero si me cuentas tu experiencia personal me parece más interesante; igual los hombres se fijan mas en los desniveles, en la fuerza, en lo deportivo”.

Y aunque asegura que hay pocos libros de literatura de montaña escrita por mujeres, Esther cree que cada vez tiene más presencia. Son varios, en ese sentido, los ejemplos de buenos libros con los que disfrutar de una visión de la naturaleza “de dentro afuera, donde el desnivel y los kilómetros son importantes pero la belleza y el sentimiento acompañan”. Así, Esther recomienda Cuerdas Rebeldes, de Arantza López Marugán, que “va narrando cómo las mujeres empezaron a abrir huella en el mundo de la montaña”, dejando atrás los tiempos, allá por el siglo XIX, en que “se les prohibía hacer ejercicio físico”. La deportista alavesa ha leído también con interés Mi montaña y El hilo gris, de Eider Elizegi ; Andando la vida, de Pati Blasco, o La montaña viva, mítica obra de Nan Shepherd.

Esther concluye con una reflexión. “En la montaña las mujeres vamos con algo de retraso con respecto a los hombres, como en la literatura, pero los logros son los mismos. La mujer también es madre y tiene que cuidar de los hijos. Antes el hombre salía al monte y la mujer le esperaba en casa con la comida preparada, ahora es la mujer la que hace un crucigrama para conseguir tiempo personal, con su trabajo y con sus hijos, para escalar y hacer rutas de varios días y travesías”.