egún la Real Academia de la Lengua Española (RAE), migrar es trasladarse desde el lugar en que se habita a otro diferente. Según la vida, migrar es volver a empezar, luchar por adaptarse a una nueva cultura e integrarse. A veces, sin lograrlo.

Sabah El KHobri (1978, Marruecos) no deja de sonreír durante toda la entrevista. Es una mujer que trasluce alegría, incluso cuando me habla de las dificultades que ha pasado por ser inmigrante, por ejemplo, en un autobús o a la hora de buscar un trabajo.

Leocadia Bueriberi (Isla Bioko, Guinea Ecuatorial, 1998) tiene la belleza y energía de una joven que ha tenido que hacer frente a muchos obstáculos desde su niñez y que se reflejan, en parte, en sus ojos.

Ambas forman parte de nuestra sociedad y construyen, cada una con su aportación, el día a día de nuestra ciudad desde hace 20 años. Sabah llegó hacia el año 2000 a Vitoria-Gasteiz para reencontrarse con su marido. Salió de su pueblo de origen en busca de un futuro mejor, que ha logrado gracias a mucho trabajo y tesón. Maestra en Marruecos, aquí tuvo que trabajar en un hotel y una residencia. Hoy ayuda como intérprete en CEAR (Comisión de Ayuda al Refugiado) y como voluntaria en algunas entidades locales en la ONG ACCEM . Leocadia lucha por lograr un puesto de trabajo que le permita iniciar su proyecto de vida. Su historia en Vitoria-Gasteiz comienza con tan solo ocho años, cuando sus padres deciden que venga para estudiar y vivir con su tía. “Yo no emigré por voluntad propia, sino por decisión de mis padres”, dice Leocadia, a la que le ayudó el saber castellano cuando llegó. Pero poco más, me dice. “Yo ya había estudiado tercero de la ESO y me hicieron volver a cursarlo por las convalidaciones”, explica. Y se enfrentó a un mundo totalmente desconocido para ella, gigante en comparación de la isla pequeña de la que procede y “que ni siquiera conozco entera todavía”. Cuando hablas con ella, no resulta difícil imaginarse la dureza de la migración y la lucha que lleva desde entonces. “Yo iba de casa al colegio. Y, pasé, de repente, a un cambio muy drástico. De no conocer nada, más allá de mi entorno familiar, me vine a otro continente, con gente desconocida, con personas que, en la teoría son familia, pero con las que, en la práctica, no has tenido ningún contacto con ellos”, señala.

Unos difíciles inicios que, a su manera, también recuerda de la misma manera Sabah. Con cursos universitarios de Historia, y trabajando en una guardería, hace veinte años decide seguir a su marido y venirse a Vitoria-Gasteiz desde una pequeña ciudad Taourirt cerca de Oujda, en el norte de Marruecos. Atrás se quedan hermanos, hermanas, padre, madre y demás familia.

“Al principio no conoces a nadie, ni a tus vecinos. Y sientes miedo hasta de salir a la calle por temor al rechazo. Poco a poco vamos conociendo la cultura, el idioma, etcétera. Dejar todo y empezar de cero no es fácil. Ser marroquí es más difícil. Por el idioma, la religión y/o la cultura”, dice Sabah.

En su caso, la decisión de migrar responde a la búsqueda de una mejora de la vida. “La vida de allí no es comparable con la de aquí. En Marruecos, como en todos los sitios, hay gente que está viviendo de maravilla porque tienen buena vida. Pero la vida en el campo es otra cosa. No podemos generalizar y decir que todas las personas que viven en Marruecos lo están pasando mal porque no es verdad. Pero, lo cierto, es que las condiciones de sanidad o de la administración cuestan mucho”, señala Sabah.

Diferentes

Según datos del Observatorio vasco de la Inmigración, Ikuspegi, el 38% de la comunidad marroquí residente en Araba son mujeres, de las que, en su mayoría tiene entre 16 y 44 años. Asimismo, únicamente están registradas 135 mujeres en el conjunto de la CAV procedentes de Guinea Ecuatorial. De ellas, 40 residen en nuestro territorio.

Tanto Sabah como Leocadia sienten, pese a sus dos décadas residiendo en la capital alavesa, que son diferentes. Lo han vivido, por ejemplo, cuando han ido a buscar un trabajo. La mujer marroquí, apunta Sabah, ve cómo sus posibilidades de encontrar un empleo sólo pasan por la limpieza o cuidados a mayores. “Si eres una mujer negra, migrante y vas a buscar trabajo me va a valer más que los estudios sean los de aquí. Se me va a exigir más que al resto”, apunta Leocadia, que cursa actualmente estudios de Integración Social. “Me gustaría poder asistir a gente joven, mujeres y migrantes como yo para que puedan ver a una persona que pueda conocer más de cerca su experiencia y tener, así, un referente”, dice Leocadia.

Ser diferentes al resto también se siente en cómo se las mira por la calle, sentadas en un autobús, cuando están en una tienda. “Muchas veces voy con amigos o amigas que notan que nos miran cuando van conmigo. Y se sorprenden de que yo esté acostumbrada”, sonríe Leocadia. “Creo que hay un desconocimiento del mundo árabe”, señala Sabah, para explicar el porqué de estas actitudes en una ciudad en la que, lamenta, está habiendo una regresión en la acogida de las personas migrantes. “Ahora, veinte años después, se percibe peor a los inmigrantes, especialmente desde 2014. Creo que ha aflorado más racismo por la influencia de determinados partidos políticos. En 2001 una mujer árabe podía buscar un trabajo con su pañuelo puesto, pero ahora no. La gente tiene miedo al inmigrante”, incide Sabah.

Y, ello a pesar de que, remata Leocadia, “hacemos el trabajo que nadie quiere hacer”.

De momento, esta joven sigue a la espera de ver por dónde le lleva la vida. En principio, no tiene idea de marcharse de Vitoria-Gasteiz para buscar un futuro mejor. Ni viajar en verano a ver a su familia. Tampoco Sabah, que siempre vuelve el mes de agosto a Marruecos para visitar a su padre y su madre. Desde hace tres años, sin embargo, sus progenitores residen con ella porque nadie podía cuidarlos en su propio hogar. “Pero ellos sólo piensan en regresar a Marruecos”, dice. “Volvemos una vez cada año. Diez días que, como inmigrantes, no son vacaciones tampoco. Tenemos dos día de camino, más otro en nuestra tierra”, dice. Pese a ello, cree que merece la pena porque sus dos hijos e hija conectan con parte de sus raíces, “que ya están perdiendo”. En todo caso, la crisis sanitaria ha aparcado este año las posibilidades de contacto con sus familiares y allegados.

Leocadia, como buena mujer joven de 22 años, no sabe qué le deparará el futuro. No sabe si se quedará en Vitoria-Gasteiz para siempre o se marchará. Siente que la capital alavesa es el lugar donde tiene, de alguna manera, echadas más raíces, donde más asentada está su vida. “Volver a Guinea Ecuatorial sería como empezar de cero otra vez”, señala.

Sabah, como buena mujer adulta de 41 años, sabe que Vitoria-Gasteiz es su ciudad para siempre. Tiene tres hijos y una hija, que “son vascos, vascos” y no se plantea, precisamente por evitarles su desarraigo, volver a tener que migrar. “Irse significa moverse de nuevo, desarraigarse de nuevo”, señala al recordar que su hermano se marchó con sus hijos hace unos años de Vitoria-Gasteiz a Francia. “Y sienten que ya no son de ningún sitio, ni de Marruecos ni franceses”, indica.

Y cierra la entrevista con un mensaje que ha repetido en varias ocasiones: “Si me respetas y te respeto, podemos vivir y convivir. No he venido para quitarte tu puesto de trabajo. No soy una amenaza para nadie”. Se puede decir más alto, pero no más claro.