on una tipología diferente, pero la cultura, el euskara y la sociedad en su conjunto se enfrentan a un escenario de retos similar al que tuvo que afrontar en la década de los sesenta del siglo XX. En el contexto de corrientes de cambio que recorrían el mundo, Euskadi se dotó de un relato, de carácter emocional en lo sustancial, que impulsó el inicio de la recuperación del euskera (proceso de estandarización, nacimiento de las ikastolas) del nacimiento de movimientos culturales que conectaban con los principales acontecimientos mundiales y, en definitiva, de un proceso de revitalización económica, política y cultural del país. La épica y la lírica que cimentaron el relato han sido las causas de un camino que hay que calificar de exitoso; sobre todo han actuado de catalizador y de motor. Pero se debe subrayar asimismo que, más allá de emociones coyunturales, el proceso se ha sustentado en una narración sostenida en el tiempo, sólida y coherente.
Ahora, sin embargo, toca reinventarse y, sobre todo, urge dotarse de un nuevo relato que responda con solvencia a un nuevo escenario que, con la imprevisible llegada del covid, se ha vuelto aún más complejo. Euskadi no es la que fue, ni su sociedad ni sus ciudadanos y ciudadanas responden a las mismas prioridades ni a los mismos inputs. La desconexión emocional de las nuevas generaciones que no se ven representadas ni reflejadas en el anterior relato nos ofrece una de las grandes pistas de cara a articular el nuevo. Generaciones educadas dentro de los estándares del sistema educativo vasco no sienten el compromiso ni el arraigo de la misma manera en la que los han sentido las generaciones precedentes.
Estamos ante una gran paradoja. La posición ganada por el euskera en ámbitos como el universitario que eran impensables hasta hace pocos años; la red de departamentos y estructuras internacionales que trabajan en el análisis y diseminación de los estudios vascos, la fortaleza de su literatura o su entrada en el mundo socioeconómico son credenciales que otras realidades similares difícilmente pueden mostrar.
Sin embargo, el aparente momento dulce y la buena salud por la que atraviesan el euskera y la cultura vasca afronta un escenario no previsto, complejo, acelerado y líquido. Acomodarse en inercias y en formulaciones exitosas en el pasado solamente nos puede llevar a un estancamiento (improductivo) que puede echar por tierra el esfuerzo realizado y el buen trabajo desplegado, basado en la sistematización y el rigor que nos ha situado como una de las grandes referencias mundiales.
En primer lugar, la suerte está unida a conectarse a los aires de cambio que recorren el mundo. Está unida indefectiblemente a conceptos que van a marcar el futuro de múltiples realidades. La meritocracia, la democracia, la transparencia, el derecho a la discrepancia, la participación en la toma de decisiones, la cogobernanza, la diversidad o la reinvención de la política... Todas ellas son parte de un discurso ampliamente reconocible en el mundo pero que todavía debe pasar por el filtro de la credibilidad y, sobre todo, por la superación de la desconfianza estructural que recorre el mundo. Muchas de las estructuras e instituciones que han gobernado el mundo han dejado de ser creíbles y ello lastra muchos de los discursos que han imperado en la historia reciente.
En este contexto se va a jugar su futuro la cultura vasca en su dimensión local e internacional. En primer lugar, la sociedad vasca afronta posiblemente el reto que va a marcar su futuro en toda su extensión: el reto demográfico, la creciente movilidad de parte de su estructura social y la formación de una sociedad diferente y más diversa. En segundo lugar, la necesidad de engancharse a los nuevos tiempos: si logra conectar con las pulsaciones de las nuevas generaciones sobrevivirá y dará continuidad a otra etapa de consolidación y crecimiento, iniciada en la década de los sesenta del siglo XX. En definitiva, sumarse a un relato universal desde la especificidad.
Por el contrario, fuera de esos parámetros, se prevén dificultades. El riesgo de la irrelevancia acecha a una realidad que supo interpretar las claves de una sociedad en cambio y que ahora debe mostrar la capacidad de articular, en otro escenario también de cambio, una nueva narrativa atractiva, suficientemente pragmática, motivadora, emocionalmente dotada y que, parafraseando al filósofo surcoreano Byung-Chul Han, sea capaz de superar la diabólica dialéctica que se plantea entre una globalización hueca y un localismo cerrado a cal y canto. La identidad incluyente (Byung-Chu Han, 2020) es una de las tantas fórmulas puestas en liza.
La irrelevancia, el auxilio, la desesperación o la precarización son algunos de los lamentos más poderosos que hoy caracterizan los mensajes del mundo cultural. La supervivencia de festivales, de miles de puestos de trabajo, de determinadas estructuras académicas y, en definitiva, de una manera de entender la vida se ha convertido en tarea urgente e irremplazable.
En este contexto, similar urgencia se plantea a la hora de articular una nueva narrativa que ofrezca los resortes discursivos, emocionales e interpretativos para la sociedad vasca del siglo XXI. Una tarea tan urgente como la que, desde la gravedad del momento que vivimos, se manifiestan. Sin esta, difícilmente seremos capaces de superar aquellas que hoy se plantean como consecuencia de la pandemia. La crisis venía de antes y el covid la ha cronificado.
El mundo de la cultura tiene ante sí una excelente oportunidad de ser parte de la construcción de un nuevo relato que excede los cometidos de uno u otro ámbito al tratarse de un reto de país en su conjunto.
La reformulación de los estudios vascos o la nueva interpretación del rol que juegan las presencias vascas en el exterior (superadoras del esquema tradicional de las diásporas) son algunos de los retos ineludibles que la nueva narrativa debería incluir.