ste no es nuestro mundo. Nunca lo ha sido y nunca lo será. Bolleras, trans y maricas no encontramos un espacio habitable, amable, en el que poder subsistir. Solo un mundo hostil que se agranda cuando además somos migrantes, precarias, con funcionalidad diversa o nuestros cuerpos no entran dentro del modelo estético deseable del sistema. Sí, sabemos que desde la cisheteronorma se nos ve como mamarrachas, viciosas y nada discretas. Condenadas a una mayor miseria por no cumplir los mandatos del sistema, por cuestionar el deseo y el género, por construir otros modelos de relación que no son ni su aburrida pareja ni su neurótica familia.

En un momento en que la desescalada del confinamiento por la pandemia del covid nos ha demostrado, otra vez, que en la vuelta a su normalidad que no hay lugar para nosotras, como tampoco lo hay para las putas, las trabajadoras domésticas, las migrantas, las mayores... Nos dicen que tenemos que votar.

Celebramos el 28-J para recordar y conmemorar nuestro orgullo y nuestras luchas, al mismo tiempo que llegan las elecciones a la CAV, y buscamos referentes con los que identificarnos, con los que ilusionarnos. Y sin embargo vemos que nuestros cuerpos apenas están presentes en sus listas electorales. Y cuando están, no suele ser mas que un guiño, visto la importancia que se les da. Un guiño o mas bien una triste mueca para presumir de su apuesta por lo que ellos tolerantemente llaman “diversidad” sexo-generica. Como si nos pudiéramos contentar con un trocito nimio de la empalagosa e indigesta tarta de la cisheteronorma. A ver si se enteran, que si este es el caso, nosotras somos diabéticas y repudiamos su glucosa que nos mata.

Referentes ausentes de los mítines y actos, que siempre están situados en la parte final de las listas, para que no se nos olvide que los primeros puestos son patrimonio de la cisheterosexualidad, de las familias, de los matrimonios, de la blanquitud, del capacitismo.

Revisamos los programas electorales y asistimos ojopláticas a ver cómo nuestra vidas, deseos y cuerpos se resuelven en cuatro líneas. Es como si cuando te estás muriendo de hambre en un bombardeo y oyes a la ganadora del concurso de Miss Mundo decir que sus deseos son que se acabe el hambre y las guerras en el mundo, y pretender que le des las gracias. No vemos iniciativas concretas que cuestionen la matriz de nuestra exclusión y desgracia: la norma heterosexual. Hablan de la educación como forma de parar los mecanismos que generan odio y desprecio, mientras siguen llenando las arcas de la escuela privada, racista, clasista y adoctrinadora. No vemos recogidos los recursos económicos y humanos que se necesitan para lograr un mínimo de esa su “tolerancia” con la diversidad. No se nos dice si lo “nuestro” estará en un inútil departamento institucional dentro del epígrafe de “familia” o “convivencia”. Ni parece ser que quieran contar con nuestros colectivos para elaborar esas leyes que dicen velar por lo “nuestro” pero que luego no se cumplen, o esos reglamentos que se olvidan en el fondo del cajón de legajos. No aparece la eliminación de cualquier tipo de apoyo político o económico a entidades que fomenten la segregación por sexo, nieguen la violencia machista, desprecien las sexualidades no normativas, la apología de la cisheterosexualidad…

No, no nos camelan. Votaremos a quien creamos que puede hacer mas por la justicia social, por su lucha contra la violencia machista, por el reparto de la riqueza, por quien tenga apuestas claras para combatir el cambio climático, por tantas cosas que también nos afectan, claro está. Votaremos sabiendo que este no es nuestro mundo, que con nosotras no cuentan.

El autor es activista Kuir