l debate de la fortaleza del sistema sanitario de los diferentes países está sirviendo para comparar sus resultados, todos negativos, de una respuesta insuficiente y desordenada a esta pandemia. Se dice que nadie lo esperaba, y que ante eso no hay posibilidad de previsión alguna. El colapso se atribuye a la falta de sistemas de protección, a la escasez de camas en unos u otros servicios sanitarios y al retraso en las decisiones sobre el confinamiento. No cabe duda de que estas valoraciones sobre la capacidad y la gestión individual de cada sistema de salud son importantes, sin embargo hay otros aspectos que tienen que ver con la conexión o desconexión entre los sistemas vigentes. Hoy podríamos hacer referencia al sistema sanitario y al sistema de atención social, o al sector turístico y el de salud, o al sistema laboral y al educativo. Y así a un sinfín de cuestiones pendientes. Aunque todos ellos son sistemas próximos e interconectados, viven unos al margen de otros. Tal vez sea el momento de avanzar en el significado de la palabra sincronización, ahora que ya sabemos lo que significa asimétrico y cogobernanza.

La tendencia en el desarrollo de los sistemas públicos y privados de los que nos dotamos se ha mantenido durante mucho tiempo primando el desarrollo interno, sin considerar el entorno -su sincronización- en el que convive con otros sistemas. Profundizar en la eficacia de un sistema de forma aislada no garantiza que su funcionamiento siga siendo óptimo en condiciones de alteración del entorno. Todo está cada vez más relacionado y en lugar de enlazar los sistemas vigentes seguimos creando nuevas estructuras verticales y entidades específicas.

En estos días, el sistema sanitario se convierte en un foco informativo. Antes de la pandemia nos decían que teníamos el mejor o al menos un sistema sanitario robusto, y que la posible pandemia iba a ser fácilmente superada. Ahora ya no podemos decir lo mismo. Algunos expertos del sector precisan que nuestro sistema fue diseñado para enfermos agudos y hoy son los crónicos los que ocupan la mayor parte de las dependencias de salud hospitalaria. De lo que no cabe la menor duda es que los sistemas de salud, de atención social, de cuidados, de movilidad, de educación, de turismo y otros más están íntimamente relacionados. Es necesario tener una visión global de la realidad futura sobre la base de lo que se entiende por un ecosistema: un espacio donde lo que le ocurre a un agente afecta a todos los demás, y donde un cambio en las condiciones del entorno supone cambios adaptativos en todos ellos.

Para empezar, y siendo un tema clave en esta pandemia, podemos referirnos a la cuestión de las residencias de mayores ¿Se consideran del ámbito de la sanidad o de lo social? ¿Son un servicio sociosanitario o un servicio residencial a cargo de los servicios sociales de las comunidades que tienen su competencia en esta materia? ¿Las públicas y las privadas se gestionan por criterios sociosanitarios de atención similares? Aunque estas preguntas parezcan de la máxima importancia, la raíz del problema no se encontrará al responderlas. Ya desde hace mucho tiempo existe y subsiste la distinción en el sector público entre prevenir, curar y cuidar, a la hora de organizar las instituciones y los servicios de atención en nuestra sociedad. Así tenemos diferenciadas las funciones de Sanidad, Servicios de Salud y Servicios Sociales. Por ello la atención integral a una persona mayor dependiente está dividida en dos tipos de instituciones: servicios sociales y de salud, no interconectados en sus objetivos y recursos. Cuando una persona se sitúa en condiciones de fragilidad intentar separar su cuidado y su salud es un ejercicio ficticio que no lo entienden ni el afectado y ni sus allegados, y que trae muy malas consecuencias, como hemos visto. Nadie entiende el bienestar personal como algo que no sea la integración de la salud física, emocional, social, cognitiva, etc.

En algunas residencias y con el problema en plena intensidad, la autoridad sanitaria ha decidido intervenirlas en la crisis. Sin embargo este tema no es de hoy, está planteado desde hace muchos años antes. El experto Rafael Bengoa lo refiere al menos a hace 10 años. La atención a las personas frágiles o con déficit mental de una residencia no puede ser asimilada en la atención a su salud con la consulta en un ambulatorio. Puede que el sistema sanitario sea muy bueno, de buen paño, pero de nada sirve si su costura con el sistema asistencial no está sólidamente ensamblada. Y en la solidez de estas costuras intervienen muchos factores como el reparto de las competencias entre instituciones, distintos niveles estatales y territoriales de cobertura, diferencias entre colegios profesionales, legislaciones fronterizas de profesiones similares, acuerdos y alianzas entre entidades públicas y privadas. Todos estos temas se entrelazan en una serie de nudos concatenados, que no se resuelven durante decenas de años o quizás nunca, y son los problemas históricamente no resueltos. Son las débiles costuras de los sistemas que se desarrollan sin una mirada a la realidad de los problemas, que siempre han sido, son y serán transversales.

Hasta que no vayamos pensando en la existencia de un menos numero de instituciones concebidas no por la función específica que realizan sino por el colectivo al que prestan sus servicios, reuniendo competencias muy diversas, no estaremos enfocando adecuadamente el diseño de las mismas para el usuario. Por ejemplo una política integral de salud, trabajo, fiscalidad, vivienda y cuidados para los colectivos y subcolectivos de mayores, podría ser una propuesta de trabajar en las buenas costuras. Salir de un modelo industrial, especializado en fragmentos de servicios del que nos hemos dotado, sobre todo para los servicios a personas, es parte del camino a desandar en la resolución de estas complejas situaciones.

No es solo el tema de las residencias el que con claridad está mal cosido. Podríamos poner más ejemplos dentro de esta oleada de conflictos, como el sector turístico que se verá también muy afectado. Si somos una potencia turística de 83 millones de visitantes al año (hasta ahora) ¿cómo, considerando el flujo turístico de personas mayores de 65 años de Europa, quince millones con problemas de movilidad, no tenemos una conexión eficaz entre los sistemas de turismo y los de salud? Si esperamos atraer millones de turistas, y los de más edad van a seguir aumentando ¿cómo no tenemos un 15% más de recursos en atención a la salud para posibilitar estancias más largas de estas personas que buscan clima y salud? ¿No sería este incremento de recursos sanitarios una buena estructura para dar una mejor respuesta? Nuestros jóvenes con formación sanitaria, esos que se van, pueden ser las palancas valiosas de un desarrollo importante del sector turístico. En lugar de emigrar a otros países europeos para cuidar precisamente de esos que deberían estar aquí haciendo turismo, podían reforzar el sistema sanitario con una marca de turismo de salud. La estabilidad y la continuidad de un colectivo que hace turismo de clima y jubilados del norte, depende de sus interacciones con un sistema sanitario de alta calidad y conectividad entre países. Ahora tal vez nos damos cuenta, pero aún cuando se han hecho experiencias pioneras, no hemos avanzado en tener una oferta turística apoyada en un sistema de más valor para el soporte a la salud de los viajeros. La telemedicina está ahí y los médicos de origen pueden estar conectados con nuestros sistemas de salud. Eso es más Europa. Todo está relacionado pero está descosido, o quizás ni siquiera hilvanado o menos aún pensado.

Esta visión puede extenderse a un sinfín de asuntos. Podríamos hablar del horario laboral a lo largo de las 52 semanas del año y el horario escolar a lo largo de los doce meses, como dos sistemas clave afectando a la productividad a corto y a largo, y a los resultados escolares. Conciliar a posteriori dos sistemas de horarios incompatibles es una solución parcial que termina perjudicando a adultos y menores.

Otro capítulo importante de esta falta de buenas costuras se sitúa en el mundo de la formación y el empleo. Ambos mundos conviven con zonas de relaciones muy confusas e ineficientes. Los reconocimientos académicos de los oficios colisionan con las realidades laborales de los mismos, en una frontera confusa y difusa del tránsito de los estudios al mundo profesional. ¿Por qué los jóvenes no comienzan a trabajar mucho antes en un régimen mixto de trabajo remunerado y estudios -sobre los temas de su trabajo- que se extienda por la formación universitaria y más allá? Aprender con una necesidad de mejorar algo conocido es una motivación muy superior a la de estudiar para aprobar.

Estamos muy lejos de vislumbrar lo que la hibridación de conocimientos y competencias entre instituciones puede dar lugar. Las verdaderas innovaciones sociales, ahora que tenemos que regenerar muchas cosas atascadas, debieran venir de combinar competencias, integrar profesiones, compartir y promover proyectos y políticas que se van a referir más a las buenas costuras de lo que ya tenemos, que a innovaciones en el interior de las instituciones y de las soluciones vigentes. Digitalizar es imprescindible, repensar los sistemas es revitalizador y sincronizarlos es urgente y determinante para crear un camino al futuro. Además de sincronizar se precisa cooperar mucho más, y convencernos de que hay mejores soluciones si las compartimos.