a insolidaridad se muestra en nuestros días de muchas formas. En forma de rabia, de impotencia, de pataleta. Se revela en todas nuestras acciones, en todos los bandos, en todos los partidos y en todas las ideologías. Los unos salen a manifestarse porque al parecer les han privado de su libertad. Que yo pienso, tres mil años de civilización y aún algunos presentan una concepción tan precaria de la libertad. Como si la libertad se restringiera a la movilidad. ¡Qué diría Schopenhauer si levantara la cabeza! Una situación extrema como la actual revela el grado de fanatismo y la primitiva estupidez de muchos de nuestros vecinos y representantes. Y creo, es algo que debe preocuparnos. Mientras algunos políticos, que presentan una actitud con evidentes deficiencias madurativas, enrabietados, patalean desde sus tribunas como si no les dejaran comprarse un caramelo, como si todo esto fuera una artimaña contra ellos y sólo contra ellos, como si fueran el centro del problema, alientan a estos pobres ignorantes del concepto de libertad a salir con sus cazuelas a patalear. Como si los demás la hubiésemos tomado con ellos. Pero no sólo esto, mientras algunos políticos nos brindan este espectáculo narcisista y egocéntrico, los otros sólo se fijan en que la policía no actúa del mismo modo contra todos. Y es verdad, no nos trata a todos igual. Queremos ver a la policía como es. Que la policía nos haga a todos iguales, al menos, en la represión y como objeto de su violencia. Aquí también podemos percibir una actitud insolidaria. En el deseo de represión y de violencia hacia los otros. Los papeles se están invirtiendo. Estamos viendo cómo aquellos que aclamaban la Constitución y alababan el régimen normativo, niegan ahora la autoridad legislativa. La derecha española se ha vuelto “antisistema”. Aquellos que se quejaban de que los “piojosos” entraban al parlamento con la mezquina intención de desmantelar el Estado de Derecho, se niegan ahora a cumplir con la ley. ¡Qué ironía del destino!

Una sociedad que no quiere ser gobernada, pero que se niega a gobernarse a sí misma delegando todas las responsabilidades. Culpabilizando siempre a los otros. Desde luego que los cargos de las administraciones públicas tienen responsabilidades. Más incluso que los propios ciudadanos por encontrarse en la posición discrecional del poder. Pero ojo, la responsabilidad que vertemos sobre los representantes políticos debe partir tanto de hacernos responsables de nuestra propia ignorancia como de conocer nuestros derechos y obligaciones. ¡Qué menos que saber qué es la libertad!

¿Qué responsabilidad puede demandar de un político quien ni siquiera es responsable de sus propias acciones? Nuestra primera responsabilidad, como individuos, es hacernos responsables de nuestra ignorancia. Pero nuestra sociedad, narcisista y egocéntrica, se revela ingenua en ese vano intento por deslocalizar las responsabilidades. Como si éstas fueran cosa de unos y no de otros. Una sociedad narcisista y egocéntrica que se niega a verse reflejada en las deformaciones que muestran los otros. Nos guste o no, nuestros representantes políticos son nuestro espejo. Quizá esto es lo que más nos duele. Que apenas encontramos una referencia destacable en ninguna de las posiciones políticas. Los representantes respetables escasean. Pero nuestros representantes políticos no son ajenos a nuestra sociedad, son reflejo de ella. Son el reflejo de una sociedad que durante dos meses ha aplaudido sus miserias desde el balcón y ahora sale con cazuelas para reivindicar la libertad que el gobierno tiránico de un virus les ha impuesto. ¡Libertad!

Somos una sociedad narcisista e insolidaria, y esto se revela en el descrédito hacia los expertos, en la banalización de siglos de ciencia e investigación en la negación de las vacunas, en la elusión de los consejos científicos. Pero no solo esto, una sociedad narcisista y egocéntrica se revela también en la insolidaridad que han mostrado la mayoría de deportistas de élite; en las celebrities. Esos a los que el fetichismo y la idolatría de los núcleos sociales ha situado en una condición de privilegio económico, y que apenas han participado en la concesión de una cierta ayuda a aquellos que les han alzado hasta su posición. Esos que llamaban a la responsabilidad desde sus palacetes con piscina y pista de tenis. Esos que enarbolaban el quédate en casa y nos llamaban a la responsabilidad.

¡Cómo se nos llena la boca diciendo a los demás lo que tienen que hacer! Porque la mayoría de ellos, narcisistas y egocéntricos, como todos los demás, se sienten dioses. Porque el hombre es lo más parecido a Dios que hay en la tierra, o eso queremos creer. ¿Acaso no estamos viviendo un nuevo Renacimiento, un nuevo humanismo? Algunos deportistas y personajes públicos han realizado donaciones, de hecho, donaciones que resultan ridículas en la mayoría de casos para el nivel de privilegio que detentan. Pero seguro que en su entrada de Wikipedia ya hay quien les define como humanistas. Su calderilla define a la humanidad, a la humanidad como se muestra ahora totalmente

deshumanizada. Así es como se agradece el privilegio en una sociedad narcisista e insolidaria. ¡Oh, coronavirus! Si pudieras ver en lo que nos has convertido, lo que has mostrado de nosotros, seguro te sonrojarías.