Manos ásperas, de tez oscura y agrietada por el trabajo duro. En el campo, las exigencias se multiplican, ya que el hecho de trabajar con productos perecederos (en su mayoría) aumenta el riesgo de pérdida, lo que se podría traducir en un coste económico que penaliza a agricultores y ganaderos. Nada nuevo para ellos. Ni el frío, ni el viento, ni la lluvia detienen una actividad tan necesaria como sacrificada, que arranca desde antes de que salga el sol y perdura hasta su puesta; cuando la luz se apaga es cuando los agricultores ponen fin a su jornada de trabajo. “En nuestra profesión, no podemos dar nada por hecho. No solamente vivimos pendientes de las condiciones meteorológicas, sino que además es imprescindible luchar contra plagas y enfermedades que destruyen las frutas, verduras y hortalizas, o incluso gestionar el uso del agua, según los momentos del año y de la zona geográfica en la que nos ubiquemos. Por eso, es necesario aprender a vivir con la incertidumbre”.