Después de tantos años de violencia era ingenuo pensar que semejante carga se podía aligerar de la noche a la mañana. Puede parecer una paradoja, pero a medida que se aleja la fecha en la que ETA anunció el fin de su estrategia armada, más fuerte es la pendiente final para alcanzar la normalización de la convivencia. La existencia de una numerosa población reclusa que todavía cumple largas penas de prisión bajo un régimen penitenciario anacrónico que responde más a esquemas de venganza que a objetivos de resocialización solo sirve para mantener viva la idea del conflicto y cronificar el dolor de sus familiares. Igualmente, la existencia de muchos crímenes sin resolver lastra a muchas víctimas que no pueden pasar página del duelo por el familiar perdido. Pero ninguna de estas situaciones puede ser una coartada para que, cada uno en la medida de sus responsabilidades, recorra el camino que le corresponde para favorecer el cierre de la herida, que pasa de manera ineludible por el respeto y la consideración a todas las víctimas desde la memoria y la reparación. No encajan en este objetivo los intentos por descarrilar las leyes que tanto en la CAV como en Navarra tratan de reconocer a las víctimas de los abusos policiales, injustamente olvidadas con el propósito de favorecer un tipo de relato sobre lo ocurrido en el pasado en este país. Y tampoco deberían tener lugar homenajes públicos como los que se organizan a los reclusos que regresan a sus municipios tras cumplir la condena. Es una exhibición incompatible con el nuevo tiempo de obediencia a la ética de los derechos humanos y que daña a las víctimas, tal y como lo expresan con claridad para todo aquel que quiera oírlas. EH Bildu se ha vuelto a desmarcar de la proposición no de ley aprobada en el Parlamento contra este tipo de actos. Sus dirigentes han puesto el foco en el PP, en sus alianzas con la extrema derecha y sus veleidades con el franquismo, para rehuir la reflexión ética del emplazamiento. Es más cómodo hablar de intereses políticos para erosionar a la izquierda abertzale, como hizo Otegi, o más disparatado, como dijo Iker Casanova, acusar al resto de partidos de apoyar posturas “uribistas”, en alusión al expresidente de Colombia Álvaro Uribe, beligerante opositor del proceso de paz en aquel país. Le corresponde a la izquierda abertzale encontrar el modo de hacer compatible su lógica alegría por el regreso de su familiar, amigo o compañero con la debida sensibilidad hacia las víctimas que provocó la actividad de los que salen de prisión. Ese es su deber ético intransferible.