Dos años después, el conflicto entre Catalunya y el Estado no se ha movido salvo para enconarse. Y no cabe achacárselo al soberanismo, al que se pretende relacionar con supuestas pretensiones violentas que se acusan hasta de terrorismo pero que ayer, incidentes mínimos y aislados aparte, volvió a demostrar cordura sin dejación de sus aspiraciones. Sí, por el contrario, a la continuidad de la actitud represiva que el 1-O de 2017 no impidió a más de dos millones trescientos mil catalanes llenar las urnas de votos. Aquel día, la herramienta del Estado fue brutalmente policial. Desde aquel día, la represión tomó la vía judicial, no menos feroz, y aún hoy, dos años después, en vísperas de la sentencia del juicio por el procés, su consecuencia es la exasperación que en la gran mayoría de la sociedad catalana producen el exilio o la irracionalmente prolongada prisión preventiva de políticos soberanistas acusados con burda interpretación forzada de las leyes y sin homologación en Europa. Que el Govern en pleno y por boca del president Torra apelara ayer a recuperar el “espiritu del 1-0” para protestar por esa represión no es sino la representación institucional de esa desazón en la sociedad que representan. Que fuese una apelación urgente en su intensidad por lo próximo de la sentencia, mucho más directa que la firmeza, temporalmente indefinida, del “camino hacia la república catalana que será inevitable” no es solo un matiz que marca prioridades entre derechos individuales y colectivos, también es advertencia a un Estado donde lo electoral lo ocupa y envenena todo. Su presidente en funciones, Pedro Sánchez, por ese motivo espurio que es la captación de sufragios en el caladero de Ciudadanos, esgrime cada día la amenaza del artículo 155 y la impugnación de las declaraciones del Parlament; en una absoluta dejación de sus obligaciones en la preservación de la convivencia. Su alternativa, Pablo Casado, que suma cero en la responsabilidad política, por la misma razón y con los mismos insensatos modos de soflama, le exige a diario actuar inmediatamente. Deberían leer a Miquel Roca i Junyent, todo menos un extremista, que ayer mismo escribía: “Catalunya necesita a sus instituciones, las ha de preservar, potenciar (...) han de recuperarse para construir escenarios de diálogo, de intentar comprender para empezar a respetar”.
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