Resulta indicativo de un cierto estado de cosas que la antesala de las fiestas en las capitales -y también en el resto de municipios- de Euskadi incluyan inevitablemente una revisión de los planes de seguridad, un reforzamiento de las estructuras policiales para propiciarla y una sucesión de recomendaciones para vivir las fiestas en paz y libertad. Del mismo modo, no hay balance festivo que no pase por aportar una información valorada sobre el número de delitos e incidentes ocurridos y sus circunstancias, con especial sensibilidad hacia los delitos contra la libertad sexual. La sensibilización social en estos asuntos es un paso ganado al silencio, la opacidad y, con ellos, la impunidad. Aun a riesgo de que la percepción de inseguridad sea superior a lo que las cifras reales muestran, resulta objetivo que identificar el problema y visibilizarlo es un paso imprescindible para afrontarlo y reducirlo en el futuro. En Bilbao, como antes en Donostia y Gasteiz, se ha hecho especial hincapié por parte del consistorio en aportar los medios para asentar una seguridad real. Pero no hay estructura policial que pueda establecer un entorno generalizado de esas características sin la implicación directa, individual y colectiva, de la ciudadanía y de su sentido cívico. Más allá de la obviedad de que el delincuente en general y el agresor sexual en particular encuentran mayores opciones de actuar impunemente en situaciones de masificación y en momentos de debilidad -personas solas o afectadas por la ingesta de alcohol o en lugares poco transitados- un entorno efectivamente seguro no se construye solo por la presencia disuasoria de la autoridad investida sino, sobre todo, por el compromiso ciudadano de acoger, proteger y propugnar la libertad compartida. No se trata tanto de suplantar a los agentes responsables de la seguridad colectiva como de aportar una red consciente que arrope a las personas en situación de objetiva debilidad y facilite la acción de esos agentes. No desentendiéndonos ni dando la espalda a esas situaciones sino colaborando en la identificación de las que pueden ser de riesgo. No imponer unilateralmente la paz social en entornos determinados y circunstancias por todos conocidas que puede desembocar en conflictos serios. De lo que se trata es de que nadie se sienta solo, acosada, perdida o apabullado por la actitud de otros; que perciba la voluntad compartida de darle protección. Es el principio de nuestro modelo social.