El acuerdo entre el Gobierno Vasco y la Euskararen Erakunde Publikoa-Office Public de la Langue Basque (EEP-OPLB) para impulsar el euskera en Iparralde que presentaron ayer en Baiona la viceconsejera de Política Lingüística, Miren Dobaran, y los responsables de la EEP, Beñat Arrabit y Bernardette Soule, supone la confirmación de una apuesta por trasladar el más que relativo éxito en la CAV de la normalización de nuestra lengua al otro lado de la muga, también la asunción de una responsabilidad que París rechaza. El Estado francés sigue anclado en la declaración jacobina de la Asamblea Nacional de 1794 que imponía el francés y en la literalidad de la Constitución de 1958 que lo declara idioma único, ignorando la Carta Europea de las Lenguas Minoritarias aprobada por el Consejo de Europa y que Francia se ha negado a rubricar. Aún hoy, el actual Gobierno de Emmanuel Macron, por acción u omisión, parece hacer suya la pretensión de George Pompidou, quien hace ya casi medio siglo afirmó que “no hay lugar para las lenguas regionales” en Francia, con medidas como la limitación del número de profesores de las ikastolas de Seaska pese al aumento del 6% en las matriculaciones o el rechazo al registro de determinados nombres de grafía vasca. Sin embargo, la decisión en la Mancomunidad de Iparralde de asumir competencias sobre el euskera y los acuerdos de colaboración suscritos entre su presidente, Jean René Etchegaray, y el lehendakari, Iñigo Urkullu, abren un horizonte de esperanza a los 72.000 (31%) vascos continentales que según la última encuesta sociolingüística entre mayores de 16 años poseen conocimientos de nuestra lengua. El acuerdo, además, va más allá de su mero aspecto económico, que se traduce en una aportación global de 1,93 millones de euros dedicados a la enseñanza, medios de comunicación y proyectos de ocio en euskera y a los euskaltegis y suple en parte el abandono por la administración francesa. Porque la colaboración entre instituciones y entidades de ambos lados permitirá insistir en la recuperación del euskera como herramienta última para superar la crisis identitaria que, inducida desde los gobiernos del Estado francés, había venido afectando a Laburdi, especialmente, Benabarra y Zuberoa y lastrado durante décadas a la cultura vasca con la pretension de reducirla a su expresión folclórica.
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