El anuncio por el secretario de Análisis Estratégico, diputado en el Congreso y hasta ahora candidato a la Comunidad de Madrid de Podemos, Iñigo Errejón, de la concreción de su candidatura en una ampliación a las autonómicas de la plataforma Más Madrid configurada en torno a la alcaldesa, Manuela Carmena, debe analizarse desde una doble perspectiva. Por un lado, la de la sacudida interna que ha causado y su contribución a una aún mayor fragmentación de la izquierda. Por otro, la de las consecuencias de esta y el riesgo de transferencia hacia los más peligrosos populismos de votantes desengañados ante la incapacidad para dar respuesta a sus inquietudes que las sempiternas divisiones causan en la izquierda. La primera, como resultado de la pugna de liderazgo que han mantenido Errejón y Pablo Iglesias casi desde la fundación de Podemos ahora hace cinco años se antoja menos sorpresiva y relevante. De hecho, si el alineamiento del candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid -respaldado por Iglesias y por el 98% de las bases- en la plataforma de Carmena ha supuesto un enorme desasosiego interno es más por las reacciones airadas de Iglesias y, sobre todo, del secretario de Organización, Pablo Echenique, que por la decisión en sí, más discutible en el anuncio que reñida en origen con la posibilidad de configurar como para la alcaldía una única candidatura con el apoyo de los círculos de Iglesias. Son más preocupantes, sin embargo, las consecuencias que podría causar en el mapa electoral cuando la extrema derecha resurge y condiciona y radicaliza las políticas del PP y de Ciudadanos. La fusión Carmena-Errejón apunta a que los partidos políticos en el sentido tradicional -Podemos, pese a sus peculiaridades, lo es aun pretendiendo no serlo- dejan paso a espacios electorales ideológicamente más líquidos y construidos en torno a figuras más o menos reconocibles, lo que difumina los límites que diferencian a las distintas formaciones y ofrece un caldo de cultivo a la normalización de los fenómenos populistas, con todos sus riesgos. Y la factible extensión de la plataforma al Estado, en lo que parece pretensión de configurar una opción entre el PSOE -¿o con?- y Podemos, complicaría más la sopa de siglas en que se fragmenta la izquierda y lo haría sin espacio para diseñar políticas de contraste con esas dos formaciones ni capacidad para ocupar nuevos espectros electorales.