Se acerca una celebración tradicionalmente multitudinaria en las calles de Catalunya con motivo de la Diada. Un ejercicio de reivindicación cultural y política que siempre se ha caracterizado por un civismo incuestionable, incluso en los momentos en que su convocatoria se convirtió en un ejercicio de movilización soberanista. La prudencia, el respeto cívico desde el reconocimiento de la diferencia de pensamiento, debe ser una constante en las iniciativas que legítimamente quieren visibilizarse en las calles de Catalunya, en las de Euskadi o en cualquier otro lugar del mundo. Lamentablemente, en el caso de Catalunya, este verano la calle ha sido el escenario de un pulso de discursos retóricos, soflamas agitadoras y tensión social que no aporta nada positivo en términos de legitimidad, de resolución ni de convivencia. La pugna por la calle es un síntoma también que habla no solo de las dificultades del modelo institucional para canalizar la discrepancia como, sobre todo, de las limitaciones de la clase política para reconocer los límites de su propia legitimidad. El aparente empate ideológico -en términos de materialización de la independencia- en el que está dividida la sociedad catalana debería ser gestionado con una responsabilidad exquisita por los líderes de cada una de las tendencias políticas que confrontan ideológicamente. No hacerlo así, trasladar a la calle la incapacidad propia para ofrecer soluciones o suscitar el apoyo electoral de mayorías suficientes acaba tensionando al conjunto de la sociedad. En Catalunya, a la insuficiencia de la mayoría independentista se le añade la propia de la minoría autonomista. Con un tercer sector partidario del derecho a decidir que, teniendo ocasión, no se ha volcado en favor de la secesión unilateral. La dificultad de ese escenario debe afrontarse en procedimientos de diálogo legitimados por las urnas. Para eso están las instituciones representativas de la sociedad. El pulso retórico genera crispación cuando se traslada a las calles y se permite que las sensibilidades diferentes no sustenten su relación en los principios de respeto y libertad de expresión sino al calor del eslogan. Este fin de semana, dos manifestaciones de signo contrario se han rozado y han hecho saltar chispas en Barcelona. Los liderazgos políticos de toda tendencia en Catalunya y en España deben asumir la obligación de evitar un incendio social.
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