Hace un par de años pude cumplir junto con mi madre el deseo que teníamos de conocer Londres. Fue una pequeña escapada de tres días en los que las visitas a monumentos tuvieron que acomodarse a la economía disponible, y muchas paradas de avituallamiento no se hicieron. No porque no tuviésemos ganas, sino porque consideramos que no teníamos tantas como libras. El fin del periodo estival, y con él las cifras récords de destrucción de empleo, me hace pensar sobre el modelo productivo que sufrimos. Yo no quiero un país de camareros y kelys mileuristas para que el resto del mundo pueda venir a emborracharse a nuestras playas y ciudades. Que haya turismo, pero que esto no sea todo.

Si yo fuese gobernante me gustaría apostar por otros modelos que superen el pelotazo urbanístico y el dinero fácil de la hostelería de chiringuito de saldo para desarrollar de una vez por todas un tejido industrial solvente y una sociedad cualificada. Quiero un país donde sus ciudadanos no sólo sirvan a otros turistas, sino que ellos puedan ser turistas sin el temor al precio de un fish and chips.