El presidente español, Pedro Sánchez, sorprendió ayer con el anuncio para Catalunya de una propuesta de referéndum por el “autogobierno” pero no por la autodeterminación, tal y como se lo reclaman las fuerzas independentistas. Se trataría, según el presidente, de sancionar un nuevo proyecto estatutario porque el actual no fue votado por los catalanes. Hay que recordar que el actual marco jurídico es el resultado de la famosa sentencia del Tribunal Constitucional en respuesta a un recurso del PP, y mediante el que mutiló gravemente el proyecto aprobado antes por la mayoría de los ciudadanos de Catalunya, precisamente, en referéndum. Aquel hecho se considera como el desencadenante del proceso independentista desarrollado desde entonces y que ha modificado completamente el panorama del país, tanto desde el punto de vista político como social. Lo que viene a proponer el presidente español es una especie de regreso al pasado, al momento en el que estalló la tormenta para encauzar un camino que, ahora mismo, parece irreconciliable con el marco constitucional español según lo entienden las principales fuerzas políticas de España. A tenor de la respuesta que su anuncio ha obtenido tanto de las fuerzas soberanistas de Catalunya como del unionismo español, la propuesta parece condenada al fracaso. Desde luego, anunciarla en una entrevista de radio, con apariencia de no haber sido consultada con los destinatarios de su oferta, no parece el mejor augurio. En cualquier caso, más allá de las posiciones de cada cual, parece evidente que el nuevo proyecto estatutario a someter a consulta tendría que alcanzar, por lo menos, el mismo techo competencial que el que fue derribado por el Constitucional, y no es posible intuir de qué manera la futura propuesta pasaría, en este caso sí, el filtro judicial en el supuesto de que un nuevo recurso lo volviera a someter a su consideración. Con la perspectiva que da el tiempo, el tijeretazo que aplicó el Constitucional a la voluntad de los catalanes se revela cada día más como un callejón sin salida en el que apenas hay sitio para maniobras que no pasen por lecturas en clave de derrota, tración o humillación. En el fondo, lo que vuelve a quedar en evidencia es que la histórica resistencia de España a abordar sin complejos las realidades nacionales de Catalunya y Euskadi es la peor de las posiciones.