La acción política catalana ha vuelto a entrar en una dinámica de absurda confrontación que está teniendo un peligroso exponente en las calles a cuenta de las campañas de colocación de lazos amarillos por parte de sectores independentistas y su posterior retirada desde los unionistas. Aunque inicialmente no se habían producido incidentes relevantes -hay que tener en cuenta que los símbolos de color amarillo en exigencia de libertad para los presos del procés comenzaron a prodigarse nada más producirse los encarcelamientos, es decir, hace ya diez meses-, en los últimos días la tensión ha ido en aumento, agitada por actitudes irresponsables de formaciones y líderes políticos, especialmente de Ciudadanos. Las agresiones a una mujer que retiraba lazos de la vía pública el pasado sábado y el miércoles, de signo opuesto, a un cámara de Telemadrid -confundido, al parecer, con un trabajador de TV3, lo que da cuenta de la motivación de la acción- durante una concentración que, paradójicamente, protestaba por el primero de los ataques han elevado la crispación social y política en Catalunya hasta límites mucho más allá de lo aconsejable. Lo más lamentable es que aunque el conflicto respecto a los lazos amarillos ha estado latente durante todo el verano, algunos partidos como el PP y Ciudadanos lo hayan tomado ahora como uno de los elementos centrales de su discurso y de su acción política. Estas formaciones -así como algunos medios de comunicación- han fomentado la aparición de las llamadas brigadas de limpieza en las que grupos de personas encapuchadas y bien organizadas salen por las noches para retirar lazos. Símbolos que al día siguiente otros grupos vuelven a colocar. Una situación que ha puesto también en el ojo del huracán a los Mossos d’Esquadra, añadiendo mayor tensión y polémica. La presencia física de líderes políticos como Albert Rivera e Inés Arrimadas retirando lazos ha añadido más leña al fuego, con el agravante de que no han mostrado la misma contundencia democrática y cívica con la agresión al periodista que con la de la mujer que quitaba símbolos amarillos. Y ambas son igualmente graves e igualmente preocupantes. Los partidos deberían parar ya esta escalada que se les está yendo de las manos. El espacio público debe ser para la convivencia, no para la confrontación social que corre el riesgo de derivar en fractura.