El acuerdo alcanzado entre los Ejecutivos de Alemania, España, Francia, Malta, Portugal y Luxemburgo para repartirse a los inmigrantes y refugiados que alberga el buque Aquarius, además de varias decenas más rescatados del mar, constituye una respuesta coyuntural a una situación que va a reproducirse antes o después y que requiere de una fórmula consensuada y de dimensión Europea. Aunque el convenio por el que se repartirá la asistencia a estas personas cuente con la aquiescencia de la Comisión Europea, las instituciones europeas siguen maniatadas y se han mostrado incapaces de provocar una respuesta consensuada entre una mayoría suficiente, por cualificada, de países miembros de la Unión. El Ejecutivo comunitario es consciente de la dificultad de situar el asunto de la inmigración en el eje que debería estar. Carece de un respaldo suficiente en el Consejo, donde al discurso antiinmigración de los gobiernos del grupo de Visegrado que agrupa a los países del centro y el este del continente se añade su traslación al Ejecutivo populista de Italia, al conservador de Austria y las evidentes dificultades de Angela Merkel de lidiar con este discurso que ralla y en ocasiones abraza la xenofobia. En este estado de cosas, con el proceso de brexit en un atasco evidente, tensionar las estructuras de la Unión Europea es lo último que se puede permitir la Comisión. El desgaste que la última crisis económica ha producido en las estructuras del estado europeo del bienestar tampoco ayuda a generar una sensibilidad favorable en las opiniones públicas de la mayoría de socios comunitarios. No obstante, la Unión Europea tendrá que encarar la realidad de un problema que no va a desaparecer por negarse a darle una solución. Si en el tránsito de esta crisis se van quedando jirones de lo que fue el ADN de la construcción europea, del espacio de libre tránsito y del entorno de derechos y libertades no solo seguirán sin darse respuestas a la presión migratoria sobre las fronteras o a las consecuencias del colapso demográfico por envejecimiento que advierten los expertos. El efecto más perverso será que los discursos de reforzamiento del Estado-nación que llegan del este europeo acabarán por horadar el propio proyecto europeo de la mano de los últimos en incorporarse a él, algunos de los cuales dan muestras de una endeble calidad democrática.
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