El encuentro de Pablo Casado y Pedro Sánchez ayer en La Moncloa fue preparado por ambos como un pulso de formas cordiales y mensajes que buscaban acorralar al rival. El presidente del PP llevó una actitud exigente a la reunión y se aferró al término de la misma a un discurso de presión sobre los asuntos en los que más cómodo se encuentra. Atacó el flanco de su debilidad parlamentaria reclamándole que no haga cesiones al soberanismo, consciente de que el tono de confrontación que le reclama le dejaría en constante minoría y haría imposible que acabe la legislatura. Y reiteró la oferta, que más bien sonaba a amenaza, de promover una nueva aplicación del artículo 155 apoyado en la mayoría del PP en el Senado. El resto de asuntos sobre los que hizo hincapié -inmigración, financiación autonómica o ley de Educación, entre otros- respondieron al discurso más reconocible del nuevo tono que está imprimiendo al PP: uno en el que Casado es consciente de que no puede encontrar un aliado en Sánchez pero que le permite ocupar un protagonismo que ya disputa abiertamente con Ciudadanos. En ese flanco, Casado está ganando una partida por el liderazgo de la derecha aunque el CIS no se lo haya reconocido todavía. Precisamente la encuesta hecha pública ayer fue una carga de profundidad con la que Sánchez esperaba a su interlocutor. Por primera vez en muchos años, el PSOE aparece como primera fuerza política en intención de voto, marca distancias respecto a la derecha y apacigua el debate sobre el liderazgo de la izquierda. No obstante, el pulso por un proyecto de Estado sigue teniendo los pies de barro. El PSOE no está en disposición de encarar un asunto que, a base de retrasar la necesaria revisión del modelo de financiación y de convivencia desde el respeto a las especificidades políticas han encallecido las posturas. Sin la fuerza electoral que necesita para encarar una reforma del modelo territorial, Sánchez tendrá que soportar la pugna de Casado y Rivera por el liderazgo de la derecha española precisamente en términos identitarios. Si no es capaz de mantener una postura propia e integradora, corre el riesgo de verse arrastrado a un adelanto electoral en el que no tiene garantías de mantenerse en Moncloa. Por mucho que el CIS le sugiera un cambio de tendencia, aún la falta de madurar su propuesta.