Pese a lo que pudiera parecer a juzgar por algunas reacciones que pretenden asociarlo a una circunstancia inédita, poco menos que improvisada y casi peligrosa, el encuentro del lehendakari Iñigo Urkullu con el presidente Pedro Sánchez se desenvolvió por un terreno de juego ya definido. La demanda competencial asociada al cumplimiento íntegro del Estatuto de Gernika y aspectos de la agenda vasca como la consolidación de la convivencia tras el fin de ETA son elementos consustanciales a la relación entre los Ejecutivos de Gasteiz y Madrid. Lo que puede resultar revelador del estado de cosas que ha habido que padecer es el hecho de que el lehendakari no haya sido recibido en Moncloa en los últimos cinco años. La agenda, pues, no tiene nada de novedoso ni mucho menos improvisado. Si algo diferencia el momento actual es que define un terreno de juego que se puede transitar y no resulta impracticable. Cualquier aspecto que pudiera desbloquearse en materia de transferencias, cualquier competencia que esté más cerca de ser ejercida desde las administraciones vascas, es, como ha quedado acreditado en las últimas cuatro décadas, un valor añadido a la calidad de vida de los ciudadanos vascos. La gestión más próxima se ha acreditado como más eficiente. Se trata del principio de subsidiaridad, que aboga por la descentralización en términos de eficacia y de acercar la administración al ciudadano. Es una característica que se encuentra en el ADN del proceso de construcción europea aunque algunos de sus socios lo entiendan en estos tiempos únicamente como mecanismo para mermar capacidades a las instituciones europeas y no para reforzar las subestatales. La creación de comisiones paritarias que desbrocen el camino hacia el cumplimiento íntegro del Estatuto de Gernika es un ejercicio de responsabilidad compartida tras décadas de desidia por parte de los sucesivos gobiernos españoles; de ruptura del compromiso de desarrollo de una norma fundamental cuya aplicación plena solo puede ir en beneficio de la ciudadanía vasca y nunca en perjuicio de la española. No es un juego de suma cero. Lo que ganan los vascos no lo pierden los españoles: no sale de sus bolsillos. Sus líderes políticos deberían obsesionarse con alcanzar los niveles de vida de Euskadi y no con rebajar estos a la media.
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