La crisis abierta en el seno de Podemos tras la conmoción provocada por el error de su diputada y fundadora, Carolina Bescansa, al dar a conocer la pretensión de plantear una operación junto al secretario de Análisis Estratégico, Íñigo Errejón, para disputar la Secretaría General de la formación morada a Pablo Iglesias no parece matizarse con el silencio autoimpuesto por la dirección del partido. Por el contrario, amenaza con condicionar la actividad y proyección de este y también la configuración de alternativas, no solo en la Comunidad de Madrid, a la previsible suma del PP y Ciudadanos. Si bien la convulsión interna no es novedad en una formación que vive en ella desde su fundación en 2014, que no termina de digerir un quizá demasiado rápido despegue electoral que le llevó en apenas dos años a superar los tres millones de votos y alcanzar 43 diputados en el Congreso, 153 parlamentarios autonómicos y 5 eurodiputados y que pretende servir de confluencia a una enorme diversidad de matices ideológicos dentro del espectro de la izquierda postcomunista, las discrepancias tanto entre corrientes (también evidentes en Euskadi) como entre sus principales referentes personales -es notorio el distanciamiento entre Iglesias, Errejón y Monedero, alejado este del primer plano- han dejado heridas que no suturan. La inoportunidad de esta última crisis es, además, doble. Porque por un lado cuestiona el pacto de la Asamblea de Vistalegre II que parecía cerrar el conflicto anterior con el apoyo de Iglesias a Errejón para las primarias en Madrid y alcanza toda su crudeza precisamente en vísperas de que esas primarias configuren la candidatura de Podemos en Madrid, lo que cuestiona seriamente la posibilidad de que la formación morada se convierta, como siempre ha pretendido, en principal oferta de izquierda y alternativa a un PSOE que bajo el liderazgo de Pedro Sánchez y a raíz de la crisis en Catalunya parece perder notoriedad social y política. Por otro lado, porque en todo caso ahonda la crisis de identidad y liderazgo que afecta a toda la izquierda europea, desde la socialdemocracia tradicional a los nuevos partidos alternativos, pero que se evidencia sobremanera en la política estatal, y en consecuencia dificulta la consideración de alianzas capaces de encauzar un cambio de gobierno y más aún de lograr una evolución en la concepción del Estado.