La celebración hoy del Aberri Eguna, el Día de la Patria vasca, viene marcada por un contexto sumamente preocupante en un entorno muy complicado a nivel internacional y de modo especial en el Estado español. Por una parte, el avance de los populismos y de los liderazgos extremadamente personalistas en gran parte del mundo y de las grandes potencias, la proverbial debilidad institucional y política de la UE, acuciada por el fenómeno de la inmigración que ha hecho crecer la xenofobia y el proteccionismo, y de la crisis económica y el terrorismo internacional han aumentado la inestabilidad global y amenazan el bienestar general, también en Euskadi. Por otra, el Estado español vive una situación alarmante con una regresión en aspectos básicos de la convivencia, desde los derechos sociales -incluidas las pensiones, como se está viendo estos días- a las libertades políticas pasando por una recentralización que amenaza muy seriamente el autogobierno. De hecho, este Aberri Eguna se celebra por primera vez bajo la inédita aplicación del artículo 155 de la Constitución que ha anulado de facto la autonomía de Catalunya y viene a ser una espada de Damocles ya permanente también sobre Euskadi, a poco que a los poderes del Estado no les guste el desarrollo o la potencialidad de nuestro autogobierno o nuestros derechos históricos. Esta realidad, con las instituciones catalanas intervenidas de manera fraudulenta, con diez representantes legítimos de la soberanía popular encarcelados -incluido, de momento, el que ha sido su líder y president de la Generalitat Carles Puigdemont- y con la permanente amenaza de la represión y la judicialización de la política supone una regresión democrática sin precedentes. Y lo peor es que la sensación generalizada, y muy real, es que aún puede ser peor, vista la tremenda pugna entre las formaciones españolas por el liderazgo del patriotismo más rancio y el auge de partidos con aspiración de poder como Ciudadanos, que llevan en su ADN político la involución y la recentralización salvaje. Por ello, Euskadi debe seguir buscando el diálogo y el acuerdo entre vascos con el objetivo de blindarse ante los ataques involucionistas. Son, en efecto, tiempos de resistencia y unidad, de defender lo logrado tras décadas de lucha política e institucional para construir un futuro con un autogobierno a refugio de los avatares y coyunturas regresivas del Estado.