La decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel ha generado una ola de indignación en Palestina y en el mundo árabe y ha abierto una nueva brecha entre el país norteamericano y la comunidad internacional. Todo ello amenaza con generar una nueva ola de violencia y desestabilización en la zona y, por extensión, en todo Oriente Medio, además de enquistar aún más el conflicto palestino-israelí, ya de por sí de difícil solución. La esperada respuesta a la provocación que supone para los palestinos el reconocimiento como capital israelí de Jerusalén -considerada tierra sagrada para las tres religiones monoteístas que conviven en la ciudad: cristianismo, islam y judaísmo- ha generado en los últimos días un estallido de violencia con enfrentamientos en las calles entre jóvenes que protestaban por la decisión y la policía y el ejército hebreo. Ayer, después de que Hamás convocase a un viernes de la ira contra Estados Unidos en un llamamiento a emprender una nueva intifada, se produjo ya el primer muerto de esta crisis, además de más de un centenar de heridos. Aunque las consecuencias no están siendo aún excesivamente graves para lo que podía esperarse, no es en absoluto descartable que las numerosas manifestaciones y actos de protesta convocados deriven en una espiral de violencia cuyas consecuencias, además de la pérdida de vidas, pueden arruinar por mucho tiempo las escasas esperanzas de un proceso de paz que nunca llega. En todo caso, este nuevo conflicto lleva el sello inequívoco de Trump. Desoyendo todas las voces que llamaban a la prudencia, el presidente norteamericano ha preferido desairar a toda la comunidad internacional rompiendo un frágil consenso de décadas que buscaba no agudizar un conflicto ya en exceso sangriento y ha tomado una decisión pensando únicamente en sus propios intereses. Nada nuevo, por otra parte, ya que en menos de un año de mandato Trump ya ha dado sobradas muestras de que el resto del mundo no le interesa en absoluto salvo que le sirva o bien para sus negocios o bien para que los incendios provocados fuera de su casa oculten los muchos desmanes internos. Con esta nueva crisis, Estados Unidos pierde, quizá de manera definitiva, su posible papel como mediador o interlocutor válido para liderar un proceso de paz palestino-israelí.