El fin de semana ha deparado dos imágenes profundamente paradójicas en la escena política catalana. La primera, la potente fotografía de hasta 750.000 personas, según los datos de la Guardia Urbana, manifestándose en Barcelona para exigir la libertad de los presidentes de la ANC y Òmnium, así como de los ocho consellers cesados actualmente en prisión; la segunda, la constatación de que el bloque de partidos que impulsó el procés hasta la declaración aprobada en el Pleno del Parlament el 27 de octubre -que desencadenó la activación en el Senado del artículo 155- concurrirá a las elecciones autonómicas convocadas por el Gobierno español por separado. Así, el próximo 21 de diciembre la ERC de Oriol Junqueras competirá con lo que el PDeCAT, al menos por ahora, plantea como la “lista del president” de Carles Puigdemont. La CUP, por su parte, tampoco ha querido entrar en alianzas como la que le planteó -parece que sin demasiada convicción- ERC y también concurrirá en solitario. Cierto que el escenario todavía no está del todo despejado, pues queda realmente por aclarar qué formato elegirá finalmente el PDeCAT, inclinado al parecer por sacrificar sus siglas en pro del capital político que pueda acumular Puigdemont desde Bruselas, ya se verá si finalmente como cabeza de lista. Pero, más allá de las dudas que ofrece una campaña electoral con candidatos en la cárcel -de momento al menos, caso de Junqueras- o en Bruselas, la auténtica incógnita en la que por ahora ninguno de los protagonistas ha querido ahondar, al menos en público, es el qué. Qué relato, con qué proyecto, si ese proyecto será compartido entre distintas candidaturas en liza total o parcialmente o si, por contra, cada una defenderá un discurso particular. La propia imagen que ofrecen los miembros del Govern cesado, unos encarcelados tras comparecer en la Audiencia Nacional mientras otros permanecen en Bélgica; la divergencia de estrategias judiciales exhibidas por los encausados en la Audiencia Nacional y en el Tribunal Supremo, al margen de la lógica judicial, son también evidencia de las distintas sensibilidades que subyacen en el momento actual en ese bloque político que impulsó el procés y que ha sido llevado hasta el límite. Y es que el 21-D, además de una lectura en términos plebiscitarios entre independencia o no, tiene sin duda una gran dosis de pelea por la hegemonía, en la que ERC parece partir con ventaja sobre el PDeCAT.
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