Las declaraciones del presidente del PP del País Vasco el domingo, con su comparación entre los “ingredientes” de la situación de Catalunya y los de la política vasca y su pretendida exigencia de responsabilidad al lehendakari Iñigo Urkullu, y las del coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, al cuestionar las “alianzas con fuerzas políticas que aplican o defienden la aplicación” del art. 155, en referencia al pacto que mantienen en la CAV el PNV y el PSE, parecen pretender catalanizar la política vasca. Sin embargo, ni unos ni otros lo hacen en la búsqueda de lo que pudieran considerar un bien común -en su caso, para el PP, la vigencia del actual marco y de las políticas que lo restringen; para EH Bildu, la aceleración en el recorrido hacia la independencia y el reconocimiento de soberanía- sino para alcanzar una polarización política y social que, como demuestra el caso catalán, únicamente ha impulsado a los sectores más extremos, con los que ambos se ven identificados, mientras coloca a la mayoría social en una suerte de equilibrio que, sin cuestionar en ningún modo la mayor amplitud de derechos fundamentales, de libertad política y de capacidad de decisión, sí se debate en la inquietud, estadio previo a la inestabilidad. No en vano, se halla ante un proceso de resultado incierto, de consecuencias socioeconómicas que empiezan a evidenciarse y con un riesgo, innegable ya, de provocar como reacción, aun si esta es injusta y antidemocrática, un retroceso en las posibilidades de arbitrar herramientas que aseguren la penetración cultural y social de las identidades que como sociedad diferencian a Catalunya o a Euskadi de un Estado español homogeneizador, lo que tal vez la sociedad catalana es capaz de afrontar desde la dignidad que proporciona lo legítimo de sus reivindicaciones, pero que lleva implícita, especialmente en nuestro caso, la amenaza de la irresponsabilidad. No se trata de distanciarse del apoyo y solidaridad a las reivindicaciones catalanas, históricamente hermanadas con las de Euskadi, sino de evidenciar ese respaldo -como ha reconocido Puigdemont dando las gracias al lehendakari por su clara oposición al art. 155- preservando las posibilidades de que Euskadi desarrolle su propio cauce a las reivindicaciones que como nación decida plantear. Sin las restricciones que han venido imponiendo unos ni las impaciencias que ya antes equivocaron de modo trágico a los otros.
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