Las vacunas, es decir, la administración de un preparado destinado a generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos, tal y como la define la Organización Mundial de la Salud (OMS) es, sin duda, el mejor sistema hallado por la ciencia para prevenir el contagio y transmisión de enfermedades infecciosas, de modo que su aplicación generalizada ha hecho posible la práctica erradicación de algunas afecciones muy peligrosas por su alto índice de mortalidad. La vacunación es, por tanto, un éxito científico y social de primer nivel que garantiza la seguridad y bienestar en nuestras sociedades. Sin embargo, en los últimos años se ha desarrollado un peligroso movimiento antivacunas basado en conceptos y principios absolutamente acientíficos que amenaza con poner en riesgo gran parte del terreno avanzado y, sobre todo, la vida y la salud de miles de personas. Tan es así que algunas enfermedades que se consideraban ya prácticamente erradicadas en nuestro entorno están regresando debido, precisamente, al descenso en las tasas de vacunación. Es el caso del sarampión, según se puso de manifiesto en la IV edición del Foro de Vacunas del País Vasco que tuvo lugar hace dos semanas tal y como informábamos el pasado sábado, aunque no es la única. El sarampión es una de las enfermedades con mayor capacidad de contagio, ya que un solo infectado puede transmitírsela a su vez a cerca de veinte personas, por lo que el riesgo -presente en toda Europa- se multiplica de forma alarmante. Es más, los expertos afirman que la mayor parte de las muertes de niños se deben a infecciones respiratorias, que en muchos casos podrían haberse evitado mediante una vacuna. Se trata, por tanto, de un problema global -hoy en día la circulación de personas por múltiples países es incesante- en el que es necesario actuar de forma local. Aunque en Euskadi la tasa de vacunación general es alta, en el caso del sarampión, por ejemplo, desciende de forma sensible hasta el 93,5%, cuando lo ideal es alcanzar el 97%, lo que supone un riesgo que es preciso atajar. Negarse a la vacunación es un ejercicio personal y socialmente irresponsable. Los poderes públicos deben esforzarse en inculcar una cultura científica mínima que haga frente a mitos infundados, así como sensibilizar y concienciar a la población de la necesidad -y el deber- de la vacunación para beneficio de todos.