Se ha dicho, y con razón, que la primera víctima de un conflicto enconado es el lenguaje, es decir, la cultura. A mi amigo Albert Catalán, catalán y, por tanto, “culpable”, le tocó el otro día presentar en acto público un nuevo periódico, que será editado en el idioma y para el ámbito también más “culpables” del momento. Del listado de “palabras cargadas de descalificación y menosprecios” que, según nos contó, escuchaba cada día, solo citaré aquí “barbaridades, estafa, dinamitar, sinrazón, farsa, patada y bochorno”.

Su exposición me hizo pensar, y añado ahora que la mayoría de emisoras de radio, y también la más oída de todas, parecen haber introducido en su libro de estilo la expresión “referéndum ilegal” para referirse al acto político “culpable” por antonomasia. Digo yo que si no ha recaído sentencia firme contra el tal “culpable” deberían decir “referéndum presuntamente ilegal”, tal como les propuse a los de la emisora líder a que me refería, aunque me temo que no cederán. A pesar de que respetar la presunción sea obligado en los casos de delitos no juzgados, en el que nos ocupa interpelaría más al “inocente” perseguidor que al perseguido “culpable”. Poco antes de cerrar este artículo, por la otra oreja me entra Antón Losada quien, en el mismo dial, consigue que no me sienta solo: acaba de dejar con la boca abierta a sus colegas de tertulia certificando el momento preciso en el que un acto, hablando con propiedad, puede comenzar a ser calificado de ilegal.

También me estoy dedicando a clasificar a los expertos y tertulianos “inocentes” en dos bloques, según utilicen o no la expresión “golpe de estado” para definir la movida catalana. Así que he acudido a la RAE y de las 20 acepciones que cita para la palabra “golpe”, la que más me suena a lo de Catalunya es la octava, “latido del corazón”. Y lo que más me recuerda a una “actuación violenta y rápida (para) apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado”, que es el significado que los académicos conceden a la expresión “golpe de estado”, es nuestro 18 de julio de 1936, tan “inocente” de todo lo que nos está pasando, salvo que nos lo recuerde de manera sutil el también “inocente” Coscubiela, a quien alguien ha llegado a llamar el Unamuno catalán, pero porque lo hizo para rebatir a los “culpables”.