El planteamiento realizado ayer en el Pleno de Política General del Parlamento Vasco por el lehendakari Iñigo Urkullu, que sitúa en “el horizonte del Estado confederal” la solución a los problemas de encaje de naciones como Euskadi, Catalunya o Galicia, con una redistribución de la soberanía y la aceptación de las consultas legales y pactadas para que las respectivas sociedades puedan elegir su futuro, diseña lo que en mercadotecnia se denomina “una ventana de oportunidad” en la tormenta política desatada por la cerrazón durante siete años del Gobierno de Mariano Rajoy a dialogar en búsqueda de un acuerdo ante las exigencias catalanas de autogobierno. El listado de las 37 transferencias pendientes que Urkullu presentó también ayer no hace sino añadir legitimidad a un planteamiento que, en el caso de Euskadi, pretende al mismo tiempo presentar ese cauce a la demanda de su mayoría social, mostrada por las sucesivas citas electorales, y solventar la unilateralidad del incumplimiento reiterado por el Estado de la legalidad aprobada hace ya cuatro decenios. El planteamiento, además, no es gratuito. El lehendakari no solo apela a la legitimidad constituyente de los derechos históricos que ya preserva la propia Carta Magna, sino que contempla la situación de Euskadi -y en consecuencia también la de Catalunya- en perspectiva y la coloca en el marco de lo que se denomina Overton window (ventana Overton) o rango de aceptación de las ideas políticas por la ciudadanía en virtud de su mayor o menor libertad que describiera hace ya más de dos decenios Joseph P. Overton, referente del Mackinac Center de Michigan, uno de los principales think tanks de pensamiento político de Estados Unidos. Y, al hacerlo, comprueba que las respectivas sociedades, la vasca o catalana, pero también la del resto del Estado, más allá de intereses determinados y momentáneos por conveniencias políticas o económicas concretas, pueden coincidir en considerar sensatas las características del planteamiento, lo que impulsaría convertirlo en acción política, frente a otros que en ambos extremos, aun siendo incluidos hoy dentro de lo aceptable por un segmento ciudadano de cierta amplitud, acabarán siendo calificados de impensables por su desempeño radical y su carácter rupturista o por la unilateralidad de su impulso y su nula raíz democrática.