La opinión pública internacional ha vuelto a sentir un escalofrío al conocer el atentado del metro de Londres, en el que 29 personas resultaron heridas por la explosión de un artefacto de fabricación casera colocado en un cubo en un vagón repleto de pasajeros. El ataque coincide con el intento de atentado de un hombre armado con un cuchillo a un militar en el centro de París. Ambas acciones, aunque afortunadamente no han causado víctimas mortales, vienen a recordar que la amenaza de células yihadistas (el ataque de Londres ha sido reivindicado por el autodenominado Estado Islámico) sigue ahí y puede hacerse presente con mayor o menor dramatismo en cualquier momento y lugar de la vida de los ciudadanos. Precisamente, es esa el arma más efectiva con la que cuentan los autores de estos ataques: el miedo, el terror que la incertidumbre instala en la cotidianidad, amplifica el impacto que se busca con los atentados. Los gobiernos, los políticos y los medios de comunicación, en sus respectivos deberes de actuar contra los terroristas y de informar de lo que estos hacen, pueden contribuir a ese estado de alarma, de excepción, que pretenden los yihadistas. Ahondar en la vía preventiva de estas acciones y en la represiva contra sus autores es una obligación de los mandatarios, pero también es su obligación medir muy bien sus pasos, de forma que no ayuden, aunque sea de manera involuntaria, a desestabilizar la sociedad a la que sirven. Una vez que todo el potencial investigador y de inteligencia está desplegado sobre el tablero, se debe trasladar a la sociedad un mensaje de tranquilidad, midiendo y graduando muy bien las reacciones a los atentados y dejando claro que estos pueden seguir produciéndose (y, por desgracia, todo apunta a que así será), pero que la mejor forma de hacerles frente desde el día a día de los ciudadanos es negarse a que condicionen su vida, que los atenacen, que los lleven a reacciones en el ámbito político o social que no adoptarían si no estuvieran sometidos a la presión de los terroristas. Decir que los ciudadanos deben ignorar la amenaza sería una irresponsabilidad, pero también lo es que se los lleve a un estado de ansiedad o histeria que nada bueno puede acarrear. La victoria sobre los yihadistas es mantener activo el combate de la normalidad.