La pretensión de reformas en la Unión Europea esbozada por el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, en su discurso del debate del estado de la Unión en el Parlamento Europeo responde a la necesidad perentoria de desanquilosar las instituciones europeas y homogeneizar la economía de la UE aun si supone la ruptura con la Europa de varias velocidades que se ha venido planteando hasta hace apenas unos meses. No cabe duda de que la UE precisa de convencimiento (especialmente tras el Brexit, que se debe consumar en dos años) y unidad en los planteamientos para la consecución de sus objetivos de desarrollo en el momento en que más cuestionada parece estar y se antoja que las reformas planteadas por Juncker -la integración de los 27 en el euro y en el espacio Schengen, la unificación en una sola figura de la presidencia de la Comisión y la del Consejo, la unión bancaria, la creación de un ministro europeo de economía y de un Fondo Monetario...- caminan en esa dirección aun si lo hacen ya con cierto retraso; también que el hoy presidente de la Comisión dejó sobre la mesa el deseo -nada más- de una mayor unidad política articulada a través de unas elecciones superadoras del ámbito estatal, pero no es menos cierto que dichos planteamientos adolecen de la que quizá ha sido, sigue siendo, la principal rémora de la Unión: un mecanismo de toma de decisiones limitado precisamente por el interés de los estados miembro y con carencias de control democrático, que dificulta la identificación ciudadana con el proyecto europeo. Y esa fue también la principal laguna que se puede achacar al discurso de Juncker, quien pretende legar -ya había anunciado que no repetirá como candidato a la presidencia de la Comisión tras las elecciones europeas de 2019- una UE más homogénea pero no más cercana a los ciudadanos, no al menos en lo que se extrae de un planteamiento que se ciñe a la estructuración económica y olvida los principios sociales que impulsaron la idea de un Europa unida; también una UE más concreta en lo político pero no más real en cuanto a su conformación, dado que obvia la posibilidad de superar el corsé de los Estados e ignora también el papel de las regiones y pueblos que la integran y enriquecen. La UE, efectivamente, necesita variar el rumbo, no quedarse a mitad de camino.
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