La celebración de homenajes en recuerdo de Miguel Ángel Blanco, concejal del PP en Ermua asesinado por ETA hace veinte años, deberían constituir, en primer lugar, un reconocimiento a través del homenajeado de todas las víctimas de una violencia que nunca debió haberse producido, también de las víctimas de otras violencias que tampoco debieron producirse; y no se trata de igualar violencias ni a quienes las padecieron, sino de constatar que toda violencia es injusta y todos sus resultados dramáticos. Los homenajes a Blanco, en segundo lugar, deberían servir también para comprobar las profundas diferencias existentes entre el momento actual de Euskadi y aquellos otros que nuestra sociedad soportó y logró superar situándose mayoritariamente frente a la violencia y, en su caso, frente a quienes defendían su práctica; también como respuesta a otra violencia. Pero, finalmente y a consecuencia de todo lo anterior, el reconocimiento a las víctimas, los homenajes, también los que recuerdan a Miguel Ángel Blanco, deberían servir para cuestionar y acabar con determinadas actitudes que en nada contribuyen a paliar la crispación y favorecer la convivencia, la normalización, en nuestra sociedad; actitudes que antes y ahora se antojan impulsadas por un mero interés partidista que en realidad supone un auténtico menosprecio a las propias víctimas por cuanto de utilización de las mismas, de su dolor, tiene. Y en ese ámbito cabe enmarcar la impostada indignación por la presencia de políticos de la izquierda aber-tzale en el homenaje de Ermua, ignorando conscientemente el significado de esa presencia para pretender convertir egoístamente un acto público de contrición en desafío a la memoria de las víctimas con el único fin de patrimonializar la reivindicación y ocupar la totalidad del recuerdo. Como cabe enmarcar en esas interesadas actitudes el agrio debate desatado en Madrid ante la decisión inicial de la alcaldesa Carmena de no limitar la visibilidad del homenaje a una única víctima, como ha pretendido el PP. Y también, aun desde la comprensión de lo sufrido, la reivindicación irritada de aquello que se denominó Espíritu de Ermua como si la resistencia frente a ETA, que tuvo expresión y convocatorias públicas desde el propio nacionalismo vasco mucho antes, ya en octubre del 78, solo hubiese surgido cuando ciertas políticas e ideologías nada desinteresadamente pretendieron apropiarse de ella.