La cumbre de la Unión Europea que se desarrolla ayer y hoy en Bruselas se ha anunciado desde las propias instituciones comunitarias como la primera de un nuevo tiempo, despejado de la amenaza de desmembramiento tras los resultados electorales en Holanda, Francia y Gran Bretaña con las derrotas de los partidos nítidamente antieuropeístas y, en el caso británico, con el debilitamiento del Brexit duro que ha venido proponiendo Theresa May. Sin embargo, la UE sigue con los mismos problemas y la misma agenda que se planteaban con anterioridad a esos procesos electorales. La salida de Gran Bretaña de la Unión, aunque el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, se permitiera ayer dibujar un esbozo de duda, inicia precisamente ahora su proceso. La amenaza del terrorismo yihadista y el desafío que supone a la seguridad están muy presentes, como se acaba de demostrar en el mismo Bruselas en vísperas de la propia cumbre. La resolución del desafío que supone la inmigración y el cumplimiento por los Estados de los compromisos adquiridos continúan pendientes. La relación comercial con los Estados Unidos de Donald Trump, paralizado por este el Tratado de Libre Comercio (TTIP), no está ni mucho menos encauzada. El rompecabezas de la relación-adhesión de Turquía y sus enormes consecuencias en la redifinición de la UE -con sus derivadas de seguridad e inmigración- no tiene visos de resolverse. Y, por supuesto, se mantiene el desafío de la transformación socioeconómica para fundamentar en la innovación y el conocimiento el desarrollo de la sociedad europea de bienestar sin que se resienta la tradición de sus derechos. Por tanto, Europa ha alejado alguno de los fantasmas políticos que parecían amenazar la Unión, pero tiene todavía adosados los problemas de los que estos se alimentaban, que posiblemente derivan de un diseño político e institucional insuficiente ante los desafíos que le ha planteado la globalización en este siglo XXI. Y no se trata de reinventar la Unión Europea, sino de recuperarla en sus principios y objetivos iniciales, de superar los límites con que los mercados financieros y los intereses estatales impiden o lastran el interés verdadero que tiene Europa para los europeos: la creación de bienestar y la protección de todos los derechos y libertades.
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