A lo largo del día nos vemos bombardeados con toneladas de información, todo el mundo parece tener algo interesante que decir. En un mundo que no deja de hablar sorprende lo mal que nos comunicamos entre nosotros. Este fallo viene por un error al entender tal palabra, lo que causa que durante la comunicación se tenga más en mente la habilidad que tenemos de hablar que la de escuchar. Esto lo podemos ver en los niños pequeños, durante la infancia de un bebé los padres se esmeran por hacer que su hijo diga su primera palabra, así pues se centrarán en enseñarle a hablar, pero jamás le enseñaran activamente a escuchar.

Esto deriva en un problema mayor, al no aprender a escuchar a los demás nuestra empatía se ve alterada, pudiendo caer fácilmente en el uso de etiquetas o discriminación hacia el diferente, solo por no atrevernos a escuchar a esa persona, y así pues, dejando que nuestros prejuicios y sesgos de confirmación lideren la comunicación. Es terrorífico ver cuántos problemas podrían ser evitados si aprendiésemos a escuchar, si los políticos se abriesen a las opiniones de sus rivales, o si los terroristas se atreviesen a conocer la cultura occidental, sin prejuicios.