Beethoven sufría la música y Neruda toda la palabra. Al músico nunca le sobraba una nota, como al poeta chileno una sílaba en sus poemas. Se deslizan por los abismos de la belleza a las praderas con la naturalidad del viento y las plumas sin dolor en el aire tibio. Armonía. El granizo, por el contrario, es un choque de aire frío y cálido zarrapastroso y sin compasión, creando grumos de hielo blanco concentrado en bolas de distinto tamaño que despierta a la niña de nuestros ojos cuando duerme que parece una amapola entre los trigales verdes. Y arrasa nidos y flores, frutas y colores. Un fenómeno natural que podría ser hermoso por contraste; cuando arrasa cinco mil hectáreas de cultivos y hortalizas, o los que sean, convierten al agricultor en un ser muy desconfiado, conservador, que mide la realidad de otra manera a los urbanitas, que sólo lo ven por la televisión a distancia. Es como un gran ciberataque que paraliza hospitales de todo el mundo a cambio de nada.
Tampoco es un capricho de los dioses del cielo o de la tierra. Es un dolor, un sufrimiento inútil, que hay que asumir porque sí, porque la vida es un rosario de venturas y desventuras a la que no podemos romper la cara por caprichosa. Olvidamos que nuestros antepasados han sufrido desde que nacieron hasta que murieron resignados, porque no le podían echar la culpa a nadie, salvo a sus pecados, que bien se encargaban los hechiceros, chamanes, brujos y curas para sacar beneficio de ello. Los hackers antiguos que pedían diezmos y primicias al pobre agricultor para que los dioses no se enfadaran más. Como hacen los modernos en dólares. La historia gira en redondo a pesar de los poetas y los músicos que nos hacen besar la luz diáfana y los colores. Y la inocencia de los niños. Que sólo piensan en jugar.