Tu memoria se me escurre por las grietas y ahora de un hachazo haces llorar hasta las lápidas de nuestros cementerios. Allí, en el estadio de tu casa, que tiene la sangre dulce para la música, donde se reúnen las jóvenes a soñar con la resolana de sus cuerpos en las tinieblas, con olor propio de animal de monte, allí, tú, casa escueta y olorosa, que las embriagas con tu encanto, revienta la rabia y todo se convierte en flor de ayer, y se quiebra el aliento lírico de las guirnaldas de flores en las cabezas: las coronas de flores de papel vuelan por los aires rojas de sangre y aparece nuestra rabia que interpone una barrera entre nuestro pecho y la muerte para que no se nos note mucho el miedo. Y entonces, de un hachazo brutal nos despertamos, se rompe el óxido de la rutina y nos enteramos por fin de que el tiempo pasa y de que pasa no solo para los otros sino también para nosotros. La tierra de sembradura de sus cuerpos ha sido arrasada por la locura que imprimen en ella las religiones fatuas, y nuestro aliento lírico se descabeza en drama sirviéndonos las verdades sin pasarlas por agua. Será imposible de olvidarnos sin dolor. Solo nos queda abandonarnos a las delicias del tacto de las prendas que nos han quedado de ellas, las víctimas nuestras, nuestros amores, y utilizar como mejor podamos el manejo ético del olvido, atravesados por la esencia perturbadora de una brisa de inspiración del amor a los nuestros, que nunca ya volverán, pero que siempre estarán con nosotros.
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