No hay, al parecer, límites a la monstruosidad humana capaz de asesinar indiscriminadamente. Nueva York, Madrid, Londres, París, Niza, Berlín... también Túnez, Mali, Kenia... ya los habían sobrepasado con aviones, bombas, kalashnikov o camiones. Pero la aberración de Mánchester ha ido incluso más allá, ha buscado el momento del mayor daño posible en el escenario y con las víctimas más inocentes. ¡La salida de un concierto para niños! Habrá quien recuerde Siria, Alepo; o Irak, Mosul; o Libia; o el todavía reciente, en abril, e indiscriminado bombardeo con agentes químicos de Khan Sheijun; lugares en los que han perecido decenas, cientos, de niños, de inocentes. Pero los crímenes de lesa humanidad nunca justificarán otros crímenes de lesa humanidad. Como el intolerable ataque global que pretende imponer un sistema político-religioso totalitario no justifica que la defensa de los derechos y la democracia sobrepase en su respuesta los límites de estos. Esa guerra santa mundial que alguien decidió iniciar a finales del pasado siglo y cuya amenaza tiene ya una extensión humana y geográfica tan enormes como su deshumanización, no puede combatirse mediante otra guerra santa, sino haciendo frente a la desigualdad, el subdesarrollo, en que aquella y quienes la financian desde la opulencia hallan el caldo de cultivo para eternizar eso que llaman guerra y sus consecuencias en todo el mundo. La aberración de Manchester, en vísperas de la llegada de Donald Trump a Roma para reunirse con el Papa, posteriormente a Bruselas en su primera visita a Europa; con la próxima reunión del G-7 en Taormina en el horizonte, ni ha sido una simple respuesta atroz a otras atrocidades ni puede obtener la respuesta atroz del odio que busca provocar. Muy al contrario. Mánchester, la primera ciudad industrial del mundo, la que en la segunda mitad del XIX quizá mejor reflejó la explotación y la desigualdad previas al desarrollo que ahora disfruta, exige -como Nueva York, Madrid, Londres, París, Niza, Berlín... también Túnez, Mali, Kenia...- una alternativa a esa guerra global. Ayer, apenas horas después de la monstruosidad, Trump, tras reunirse con el presidente de la ANP, Mahmud Abbas, afirmaba sin variar el gesto que “la paz nunca puede arraigar en un lugar donde la violencia es tolerada, financiada e incluso recompensada”. Efectivamente. Nos incumbe a todos.
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