Hace pocos días oía Simplicius, en una de esas tertulias políticas de TV, que unos corruptos, perdón presuntos corruptos, de la alta administración del Estado, se cruzaban unos watsaps, tuits o cualquier otro de los anglicismos al uso, en los que atribuían a un juez o a un fiscal, la condición de “bizcochable”. El diccionario de la RAE nos dice que bizcochar es recocer el pan para que se conserve mejor, de donde se deduce que siendo jueces y fiscales seres poco susceptibles de ser recocidos en un horno porque no se dejarían, el tal adjetivo tenía que referirse a algún otro tratamiento más o menos adecuado para un tan alto funcionario del Estado. Simplicius deja al criterio del lector el pensar cual puede ser ese tratamiento, con el sentimiento de que el prosaico diccionario hace a veces verdaderas jugadas al ciudadano y que en este caso ha reducido una apetitosa bizcochabilidad a un vulgar recocimiento y a un funcionario bizcochable digno de figurar en el five o´clock tea de la reina de Inglaterra, a merecer por lo menos un buen mordisco en el culo.